Filarmónica de Málaga

Dirección: Manuel Hernández Silva. Programa: Concierto para violín y orquesta nº1 en La menor, Op. 77 y Sinfonía nº 5 en Re menor, Op. 47, de D. Shostakovich

La presentación del cartel de la temporada posee muchas facetas y cualidades: morbo para unos, apuestas para otros… Pero siempre refleja el compromiso y las líneas maestras por las que su titular entiende el conjunto sinfónico por encima de afectos y convenciones. Éste es el caso de la Filarmónica de Málaga y su actual batuta rectora, el maestro Manuel Hernández Silva. Hablar del programa pasado como el gran concierto de la temporada puede apetecer pretencioso y quizás para ello sea necesaria la argumentación.

Shostakovich encarna el tópico del compositor inaccesible y chirriante para según qué público y, sin embargo, fue el protagonista indiscutible del último abono de la OFM. Cae en la incredulidad que la inclusión de este programa haya sido vista por algunos como una provocación de Hernández Silva en lugar de como el reto de abrir de par en par puertas y ventanas para que el conjunto crezca en pulso, tensión y, sobre todo, discurso; en pocas palabras, para crecer en algo que decir. Lo cierto es que cada abono del maestro titular es una invitación a la reflexión como oyente y no tanto a la reproducción de obras extemporáneas o agradables hasta lo lamioso. Con Hernández Silva siempre hay cuestiones lanzadas desde la interpretación y quizás ese punto de madurez, esa exigencia al público sea la gran pérdida de la OFM cuando deje la titularidad.

Hernández Silva, tal vez por necesidades del guión, prescindió de los grandes nombres por construir sus interpretaciones con otros artistas que el día a día en el podio acerca, prueba de ello es el violín de Robert Lakatos, ganador del Concurso Pablo Sarasate. El violinista serbio se enfrentó a una de las páginas claves de la música de la centuria pensada para violín. Fue capaz de mantener la tensión dibujada por la OFM gracias al milimétrico pulso que suele entretejer el maestro venezolano. Así, el espacio de angustia con tonos de desesperación que cubre el nocturno inicial apetecía una liberación llegando al irrefrenable segundo capítulo, sin duda, una preparación a la Passacaglia y la soberbia cadenza esculpida por el violinista serbio que al enlazar con el Burlesque de cierre mostraba el retrato desgarrado de un músico más profundo que hueco y aparente.

Desde la lectura de Yoav Talmi no volvía a los atriles de la Filarmónica la Quinta Sinfonía de Shostakovich y tanto en aquella de entonces como en la de Hernández Silva fue posible comprobar la madurez alcanzada en el empaste entre maderas y metales, capaces de dialogar con una cuerda inspirada, corpórea en las graves y sutil entre violines y violas. Hernández Silva no se limitó a mostrar contrastes e incluso cedió buena parte del desarrollo a los propios profesores para construir una sinfonía con más sustancia y dolor que efectos o tópicos. Bien dosificados quedaron los dos temas que articulan el moderato inicial casi camerístico en oposición al caricaturesco allegretto que torna meditación en el largo de ensueño dibujado por el director. Liberación o resignación en el allegro de cierre quedaban flotando en el ambiente a pesar de los encendidos bravos.

El monográfico Shostakovich ha representado un punto de referencia, de inflexión si se quiere: ejemplo creíble de música en estado puro.