«¿Qué me has hecho, lenguaje?», se interroga en el poemario. Dígame: ¿qué le ha hecho el lenguaje?

¡Empezamos intensos! Bien... El lenguaje me ha proporcionado una herramienta con la que cooperar, amar, promover la empatía, huir del solipsismo... Pero también un exceso de significados difícil de gestionar, demasiada conciencia, emociones no siempre satisfactorias. Horror y maravilla. Vamos, lo que a todo el mundo.

Dentro del binomio determinado por Claudio Rodríguez que usted siempre cita, «alianza/condena», ¿en qué porcentaje cifra la alianza y en cuál la condena?

100% alianza y 100% condena.

«Feliz / aquel que desconoce la palabra feliz. / Aquel que desconoce. / Aquel que desconoce la palabra.». ¿Nueve meses sin lenguaje son una tortura o un descanso? ¿Y qué es Nueve meses sin lenguaje?

También ambas opciones: tortura y descanso. He intentado construir el libro por un camino anfibio, ni queja ni celebración. El poema Nueve meses sin descanso es un diálogo con un mudo, un poco como la película Persona de Bergman (aunque no pensé la referencia hasta después de escribirlo). Me gusta pensar que yo soy el mudo.

Cuando le pregunté hace un tiempo por este libro, en plena preparación, me contestó: «La verdad es que tanto trabajar con los significados me ha abierto muchos mundos de pensamiento». Defina «mundos de pensamiento».

Me refería en ese momento a la atronadora diversidad de realidades que han convivido a lo largo de la historia y han dejado su reflejo en la lengua. El diccionario es un cuento fantástico.

También me dijo que le iba a salir «más austero y estoico que los anteriores, como una especie de anteproyecto de ley vital». ¿Así ha sido al final?

Más o menos, aunque en lo formal no es que haya perseguido una austeridad absoluta, que me resultaría tan artificiosa como el preciosismo. Por ejemplo, he prescindido totalmente de formas clásicas y de rima y he retorcido la métrica, pero no he huido completamente de ella. Y en el contenido, he intentado asumir algunas máximas del taoísmo: «El universo es como un fuelle: vacío, pero nunca agotado. Cuanto más se mueve, más produce». ¿A que parece escrito antes de ayer?

Particularmente me gustan estos versos: «Y aquí el mayor misterio es dónde / quedó tanto misterio. No se puede saber / y, ya ves, a cada palabra / la abraza la razón, / la estrangula. No se puede vivir, / tenemos que vivir y, / mira, / no era tan difícil». ¿Soy sólo yo el que ve una cierta relativización de esa seudoangustia tan cansina de alguna poesía?

Pienso que ese «mira» me quedó muy malaguita... Y que ninguna interpretación es errónea (o, mejor, que todas lo son). Pero sí, la falacia patética, el «qué malito estoy», es muy cansina.

¿Qué le parecería que en las estanterías de las librerías en la portada de su libro apareciera una pegatina con su foto y la frase «El nuevo poemario del ganador de Pasapalabra»?

Uno no puede saltar sobre su propia sombra. Ni sobre su biografía. Así que no habría sorpresa por mi parte. Eso sí, tengo la suerte de que al frente de Ultramarinos se encuentre Unai Velasco, cuya prioridad es siempre la poesía. Y estoy contento de que mi imagen pública no haya condicionado el resultado del libro.

Supongo que la gente ya se ha olvidado de su cara y puede caminar tranquilamente. ¿Echa de menos que la gente le reconozca y no pueda caminar tranquilamente?

La verdad es que no. ¡Aunque un día me reconocieron como poeta! Fue hermoso.

En los últimos tiempos ha estado muy volcado en otro lenguaje, el audiovisual, asistiendo a festivales, escribiendo críticas... ¿Qué le proporciona la imagen que no la palabra?

Son emociones análogas. Incluso te diría que creo que el cine tiene más relación con la poesía que con la narrativa. Por lo menos parte de mi cine favorito: Epstein, Buñuel, Herzog, Bresson... Y ambos medios se retroalimentan. Al final estamos todos en la misma fiesta y todos, desde la misma ebriedad, pensamos las mismas cosas.