En una encuesta publicada hace veinte años por la prestigiosa revista británica Sigh and Sound que dirige, prácticamente desde su primer número, la sin par Penelope Houston, la crème de la crítica internacional establecía claramente sus preferencias en el campo de la bibliografía cinematográfica: Mi último suspiro (Mon dernier soupir, 1982. Plaza & Janes/Taurus, 2018), la apasionante autobiografía de Luis Buñuel (Calanda, Teruel, 1900/Ciudad de México, 1983) quedaba entre los cinco primeros puestos de la lista junto a otros de similar calado intelectual, como El cine según Hitchcock (Le cinéma selon Hitchcock, 1974. Alianza Editorial), de François Truffaut; El sentido del cine (The Film Sense, 1974. Siglo veintiuno editores), de Serguei M. Eisenstein; Imágenes (Images, 1992. Tusquets Editores), de Ingmar Bergman; Sobre el cine (1964. Gyldendalske Boghandel, Nosdisk Forlag A/S), de Carl Theodor Dreyer; Notas sobre el cinematógrafo (Notes sur le cinématographe, 1979. Ediciones Era, S.A.), de Robert Bresson, quedando bien patente la admiración de todos por el ingenio literario del autor de Un perro andaluz (Un chien andalou, 1928) y su capacidad para evocar hasta los más insignificantes episodios de su larga y fecunda existencia sin que en ningún momento podamos resistirnos a su enorme poder de seducción.

Este año se cumplen seis lustros de la publicación en París por Éditions Robert Lafont, S.A. de aquel ameno, profundo y esperado libro de memorias que no pocos amantes del séptimo arte continuamos reteniendo en nuestras bibliotecas privadas como si de una biblia del cine se tratase. Una ocasión que ni pintada para emprender su relectura y seguir aprendiendo de su incuestionable magisterio intelectual. En sus páginas, producto de largas conversaciones con Jean-Claude Carrière, coguionista de sus últimas películas francesas, se rememoran con mucha más ternura y nostalgia que acritud algunos de los sucesos artísticos y emotivos que más decididamente influyeron en la vida de este genial cineasta y que más contribuyeron a orientar la deriva moral y estética de su obra creativa, incluida la menos conocida, la literaria, terreno en el que también brilló con luz propia, a pesar de la escasa atención que le dedicó a lo largo de su vida.

El poderoso e irreverente movimiento surrealista, la Guerra Civil y su secuela de atrocidades, su experiencia infantil en el colegio de los jesuitas, su exilio, mayo del 68, sus eventuales estancias en Hollywood dirigiendo las versiones en español de los primeros filmes sonoros americanos y su envidiable facultad para sintetizar las tradiciones más seculares de nuestra cultura, son algunos de los hitos y valores que alimentaron esa sed insaciable de transgresión que no le abandonó jamás. En muchas de las afirmaciones contenidas en este libro, hoy tan vigentes y tan útiles como lo fueron hace 36 años, Buñuel mantiene con firmeza ese incontenible tono transgresor que dominaba cada rincón de su extensa e inclasificable filmografía, esa mirada escrutadora que atravesaba los contornos más superficiales de la realidad para alcanzar la meta liberadora y sin prejuicios que anhelaba todo artista que abrazaba la causa surrealista.

Así se deduce, por ejemplo, de algunas confesiones que se incluyen en este libro: «La memoria es invadida constantemente por la imaginación y el ensueño y, puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira. Lo cual, por otra parte, no tiene sino una importancia relativa, ya que tan vital y personal es la una como la otra. En este trabajo semibiográfico, en el que de vez en cuando me extravío como en una novela picaresca, dejándome arrastrar por el encanto irresistible del relato inesperado, tal vez subsista, a pesar de mi vigilancia, algún que otro falso recuerdo. Lo repito, esto no tiene mayor importancia. Mis errores y mis dudas forman parte de mí tanto como mis certidumbres. Como no soy historiador, no me he ayudado de notas ni de libros y, de todos modos, el retrato que presento es el mío, con mis convicciones, mis vacilaciones, mis reiteraciones y mis lagunas, con mis verdades y mis mentiras, en una palabra: mi memoria».

Generación

Creadores de la talla humana e intelectual de García Lorca, Max Aub -cuya obra sobre el maestro aragonés y su generación en la que trabajó durante su exilio mexicano se publicaría años después de la muerte del director-, Pablo Picasso, Rafael Alberti, Luis Cernuda, José Bergamín, René Clair, Louis Aragón, Man Ray, Salvador Dalí, George Sadoul, así como un largo etcétera de celebridades de la nueva edad de oro de la cultura española, ejercieron una notable influencia sobre su obra, incluso contribuyendo en determinados casos, como el de Dalí o Lorca, a configurar ese universo tan especial del que nunca se apartaría.

El porqué de ir a estudiar determinados tipos humanos -seres de conducta atípica en su mayoría- en lugar de otros, la evidente falta de simpatía, cariño o admiración que siente hacia ellas, al mismo tiempo que la inexistencia de una inevitable atracción morbosa, ese mundo, en suma, donde domina la ambigüedad y la insinuación, lo onírico y lo equívoco y que han terminado por otorgarle una merecida carta de presentación en la historia grande del cine.

La biografía de este inolvidable poeta de la imagen, que transcurre en un incesante devenir de emociones desde su más temprana juventud, se orienta por tanto hacia el cine desde el momento en que, visionando una vieja pieza de Méliès, descubre en ese medio casi recién nacido sus enormes posibilidades para conducir todo ese universo excepcional que constituye el poder del subconsciente. Lo afirma indirectamente una y otra vez en su libro: no hay instrumento más apropiado para explorar el mundo del subconsciente que el que nos proporciona el arte cinematográfico. Ahí están sus películas y este excelente volumen para certificarlo con toda suerte de detalles.