Como cualquier faceta artística o situación humana por muy trágica que se revista puede ser objeto de burla y mover a la carcajada más sincera. La idea no es nueva (aunque sí el formato), el propio Saint-Saëns caricaturizó en El Carnaval de los Animales fragmentos musicales de otros compositores como él mismo o el propio Offenbach que a la par se atrevió con una visión hilarante del mito de Orfeo, Mozart en par de conciertos para clarinete que dedicara a su amigo Anton Stadler inserta en la partitura anotaciones jocosas que en realidad encierran el profundo respeto entre artistas. Precisamente por esa condición de artistas, los profesores de la OFM, el espectáculo que protagoniza José Manuel Zapata no hace agua. La risa es bondad pero también un punto de fuga, la puerta abierta a la bondad que alivia, encaja y, por qué no, devuelve al camino trazado desde el estoicismo del día a día.

Aunque este particular concierto -más bien desconcierto inspirado en el espectáculo ideado por Danny Kaye a comienzos de los años ochenta- posee cierta vocación didáctica y apta para todos los públicos, lo es sólo a medias porque para que exista la complicidad entre los actores y el auditorio este último debe manejar las formas, maneras, lenguaje no verbal, la gestualidad del director de orquesta... Que rodean todo un concierto de la buena música. No basta con simular que la batuta ofrece sus posaderas al público o que los oyentes en momentos de desconexión pueden contemplar el cogote del señor sentado delante suya. Hay otro nivel más profundo que hace entender que Macarena Mozart no sirve de excusa para ver a varios profesores de viento danzando, todo lo contrario la risa aguarda en el momento que el oído reconoce giros y frases que moldean una melodía hasta reconocerla como mozartiana.

La singular puesta en escena de José Manuel Zapata tiene mucho de irreverente pero aún más de bondad. A través del humor Zapata destila toda una clase de historia de la música en la que no faltan incursiones en la ópera o que incluso se atreve a jugar con su propia sombra aunque como bien apuntara el comienzo del concierto este fuera un programa de propinas. Zapata llega a hacer tararear la sección final de la obertura de Guillermo Tell de Rossini a los profesores de la Filarmónica o interpretar un lied de Brahms poniendo en jaque la lengua alemana. No le tiembla la mano destrozar la coda final de la Quinta Sinfonía de Beethoven, ni enfrentar al público a sus propios vicios al trufar el Air de la Tercera Suite de Bach con los tonos de los móviles, toses o el ruido de los envoltorios de los caramelos. Pero para poder comprender estos clichés el público debe ser habitual de los conciertos. Todo queda remediado con una imagen impactante los profesores de la OFM sin ninguna rectoría vuelven a interpretar, sin interrupciones, el Air de Bach imagen que reconcilian humor y arte.

La seriedad se impone en cada programa de la Filarmónica pero en esta ocasión la faceta más humana fue la protagonista de este desconcierto. A pocos se les escapará del recuerdo la trompeta del maestro Jerez, la expulsión de Marina Peláez o el ayudante de dirección de Zapata. Ellos reinaron y el homenaje de todos con todos hace menos amarga la guasa de dejar «ennortao» a un taxista al pedirle que nos lleve al Auditorio de la Orquesta Filarmónica de Málaga.