Señora de rojo sobre fondo gris de Miguel Delibes es el segundo espectáculo al que asistimos del Festival de Teatro. En el Cervantes con José Sacristán como único intérprete contemplamos el desarrollo de la novela de Delibes en un monólogo en el que el mismo autor se transforma en un artista plástico que nos va contando el proceso de enfermedad de su esposa. El amor hacia ésta y las circunstancias políticas de los primeros pasos de la democracia española se ven reflejados en el desarrollo de la historia. La hija encarcelada por activista. La enfermedad. Una sociedad que despega. Y un amor que quedó en un cuadro. Un retrato que es el mayor recuerdo y sin embargo no es obra del protagonista. Como debe ser. Porque el otro, el ser amado, nunca es obra del amante. Y ahí, delante de un teatro casi completo, la figura de José Sacristán encarnando a un personaje que tras los años nos habla tranquilo, sosegado con una pausa introspectiva de sus sentimientos más íntimos. El trabajo del actor es un buen exponente de la experiencia teatral, sus formas, sus entonaciones cumplen a la perfección con un código teatral que permite reconocer al espectador lo que se quiere reflejar en cada momento. Sacristán lo maneja a la perfección. Es un estilo teatral que se apoya fundamentalmente en los tonos, en las pausas, en gestos precisos que enfatizan el texto y subrayan aquello que el actor y el director consideran fundamental.

Sacristán se nos antoja un maestro, Y su interpretación, una lección de teatralidad. Si bien es eso lo que parece que buscara la dirección. Hacer de este espectáculo una demostración que permitiera al actor jugar con sus habilidades como profesional de dilatada trayectoria. Tal vez esa sea su mayor virtud, porque nos permite disfrutar de una lección magistral, pero tal vez también sea su error al centrar el espectáculo de un modo tan excluyente con el resto de las necesidades de un escenario. Algo más de juego escénico en determinados momentos íntimos, una más cuidada puesta en escena ambiental también habrían beneficiado al desarrollo de la dramaturgia. Se nos antoja escasa. Pero no cabe duda que el espectáculo contiene ese sabor un poco vetusto, alejado del presente, que muchos espectadores aprecian porque les permite no compararse y simplemente disfrutar del acontecimiento. Un monólogo de un experto que se convierte en una experiencia sensorial de alto nivel.