En el Cervantes y dentro del festival se nos plantea una pregunta: ¿Quién es el señor Schmitt? Y la respuesta, por supuesto, está en la representación que Baco Pirata Producciones hace de la obra que con este nombre escribió no hace tantos años el actor y dramaturgo galo Sébastien Thiéry. Para ello contamos con las interpretaciones sobresalientes de Javier Gutiérrez y Cristina Castaño en los roles principales y que forman el matrimonio sobre el que gira la historia. Una obra que nos plantea ese conflicto que enfrenta la creencia de que cada individuo asegura conocerse a sí mismo a la perfección con una realidad que lo pone a prueba.

¿Realmente somos quienes creemos ser? O nos engañamos o nos engañan. Muy psicológico, pero sin entrar en sesudos estudios, sólo una propuesta sobre la que levantar una comedia de enredo tremendamente divertida. La pareja protagonista desayuna un día normal en su casa cuando suena el teléfono preguntando por el señor Schmitt. Podría tratarse de una simple equivocación, pero lo cierto es que el teléfono suena en un hogar donde no había teléfono, y lo que sigue es peor porque ha desaparecido un retrato que presidía el comedor y ha sido sustituido por el de un perro. La ropa ya no es la suya. La cerradura no se abre porque no corresponde a la de su llavero. Pedir socorro tampoco vale porque los números de emergencias y de la policía ahora son los de radio-taxi. La tensión sube en el seno del matrimonio que se culpa entre sí de algo inexplicable. Magnífica la escalada de nerviosismo y cómo la van desarrollando los actores. Cuando parece que ya no puede pasar nada más aparece la policía para interrogarlos. Es una locura que no pueden explicar. Envían a un psiquiatra, por supuesto argentino, para calibrar su estado. Kafka se habría desesperado ya. Ahí no acaba la cosa. Todo irá a más, mientras ella decide sumarse a una realidad impuesta y él lucha por mantener su propia realidad. ¿Quién debería ganar? Ya es cosa que, tras reírse, el espectador conjeture.

Mientras, nos queda un trabajo actoral excelente en el que, a sabiendas que la situación de por sí es desbordada, mantienen un ritmo calmado que les permite poner el acento en lo que a criterio defienden como cómicos. Lo cierto es que semejante locura y su buena representación nos deja ver una mano dirigiéndolo todo con gran acierto que es la de Peris-Mencheta, actor donde los haya y del que ya conocemos otras direcciones que siempre han resultado sobresalientes.