Mandíbula afilada

Compañía: Txalo Producciones y Pentación Espectáculos. Autor: Carles Alberola. Dirección: Mario Hernández. Intervienen: Jon Plazaola, Noemí Ruiz. Lugar y fecha: Teatro Echegaray, 18 de enero de 2019

En el Festival de Teatro de Málaga, como viene siendo habitual, hay cabida para muchos estilos y tipologías teatrales. Acaba de pasar por el Echegaray Mandíbula afilada, que cuenta en su reparto con dos conocidos actores como son Jon Plazaola y la malagueña Noemí Ruiz. Una obra que nos habla del cariño y el deseo. Un treintañero y una treintañera que han sido compañeros desde el instituto, tuvieron en su momento un relativo affaire, y después de mucho tiempo se citan en el loft de él para hablar.

No es difícil adivinar que de ahí puedan salir situaciones cómicas que se basen en los equívocos, más aún cuando el espectáculo está dividido en dos partes en las que se podría decir que las posturas se invierten y lo que decía antes uno, ahora lo expresa el otro. Se trata de una obra sencilla que busca de un modo natural hacer reír al espectador. La puesta en escena, el decorado, la iluminación están al servicio de la comicidad del actor. No hay que buscarle tres pies al gato, ni el teatro tiene que venir siempre con un lastre cultural o sesudo.

Lo cierto es que los actores son en este caso el eje vertebral que da interés a la representación. Jon Plazaola y Noemí Ruiz tienen ambos una buena vis cómica. Ambos resultan empáticos con el público. Y como decía una espectadora a la salida, los dos han estado muy graciosos. El problema es que ese parece ser el límite impuesto: estar graciosos. La interpretación en un escenario requiere medir la distancia que hay entre el escenario y el patio de butacas. Y esa separación se salva no sólo con un buen volumen de voz. Hay códigos que hacen que el espectáculo fluya entre ambos espacios. Sería conveniente que las pausas, el énfasis en determinadas palabras, los guiños al público estuvieran más medidos.

Ese dominio teatral preciso que puede convertir un espectáculo de gracioso a agudo, picante, vivo. Pero no deja de cualquier modo de ser una buena comedia que se disfruta desde ese mismo cariño que se supone se profesan los personajes. Porque eso sí, la capacidad para compartir los sentimientos que se quieren transmitir está presente y llega.

Un cariño, unos afectos que desprenden amores y deseos pendientes. Algo con lo que muchos pueden identificarse. Más aún cuando las referencias a la actualidad sitúan el tiempo con anécdotas que marcan el presente y el pasado real. Anécdotas y citas locales que también permiten esa conexión premeditada con el espectador y que siempre logran su efecto en un patio de butacas animoso.