Carmen Baquero, Virginia Muñoz y Noemí Ruiz siguen siendo las mismas tres talentosas actrices malagueñas que hace una década montaron su propia compañía de teatro, Caramala, para dar salida a sus inquietudes artísticas. Aunque en estos diez años muchas cosas han cambiado, tanto en sus carreras interpretativas como en la sociedad española. Dos de ellas -Muñoz y Ruiz- viven ahora en Madrid por motivos profesionales. Y es allí donde han alquilado una sala de ensayo para ultimar los flecos de su nuevo montaje, La plaga, que estrenarán los días 4 y 5 de febrero en el Echegaray (ambos días a las 20.00 horas), dentro del programa del Festival de Teatro de Málaga.

Dirigidas en esta ocasión por Chiqui Carabante, otro malagueño que reside en tierras madrileñas, las Caramala abordan en su nueva propuesta el tema de la educación. Y aseguran abiertamente que puede que La plaga sorprenda a sus seguidores -que no son pocos, dada la buena marcha de la venta de entradas-, ya que su humor, seña de identidad de la compañía desde sus comienzos, se ha tornado algo más oscuro.

«Hay una madurez distinta en nosotras, que tenemos otra edad y nos comprometemos con lo que está pasando. Todo eso se traduce en un espectáculo mucho más maduro y que bebe de las cosas que pasan a nuestro alrededor y de las preguntas que nos hacemos. Sí, quizá sorprenda un poco más porque desplegamos un humor mucho más negro. No es un humor tan blanquito como el de La hora feliz», apunta Carmen Baquero, la única que aún vive a caballo entre Málaga a Madrid.

«Creemos que hay una relación muy directa entre el tema de la educación y lo que está pasando a nivel mundial, como el renacer de las corrientes fascistas o el retroceso en la libertad de expresión», matiza Noemí Ruiz, que sostiene que la obra quiere «indagar sobre cómo estamos educando a nuestros hijos» y, por consiguiente, «cómo van a ser las generaciones futuras».

«No solo de cómo los niños reciben la educación que les damos los adultos», añade Virginia Muñoz, sino también sobre «quienes son esos adultos, ya que pertenecemos a una generación repleta de personas que han dejado de ser niños muy tarde y siguen siendo muy inmaduros. Es algo que se puede observar en los grupos de WhatsApp, donde vemos a padres y madres comportarse como chiquillos. También lo vemos en esas peleas de los padres que acuden a los partidos de fútbol de sus hijos y que todo el rato cuestionan la autoridad, poniendo en tela de juicio el trabajo de los profesores». Muñoz considera que «todos estamos sometidos a un sistema muy establecido» y que «resulta más sencillo seguirlo que tener tu propio pensamiento». «Es ese sistema lo que cuestionamos en este espectáculo».

Las tres consideran «fundamental» que el público «se haga preguntas y se marche a casa reflexionando» tras asistir a una función. «Siempre hemos tenido esto presente en nuestro teatro. Desde que empezamos, todas nuestras obras se han hecho preguntas. Es cierto que estos diez años nos ha dado una madurez y que ahora tenemos la necesidad de contar esta historia. Sabemos que quizás no le va a gustar a todo el mundo, pero necesitamos hablar de temas más seriamente cómicos o más cómicamente serios. Queremos dejar de ser chicas amables. Ahora somos más maduras y nos sentimos, aunque siempre lo hemos sido, más feministas, más comprometidas y más participantes de la sociedad».

También confiesan que el compromiso adquirido con esta obra ha sido «más grande que con cualquier otra». Además de ser coautoras del texto, junto a Sergio Rubio y Carabante, Carmen, Virginia y Noemí ejercen de «productoras» de un espectáculo «autofinanciado» y libre de ayudas públicas en el que ha decidido desnudar su alma y decir las cosas sin paños calientes. Señoras y señores, las nuevas Caramala.