Mirona, de Paco Bernal, se ha presentado en el Festival de Teatro por la compañía de Ángela Chica. El monólogo que pudimos ver en el Echegaray dirigido por Juan Vinuesa es, digamos, la versión larga, porque también tuvo su traslación a microteatro. La obra presentada para este festival tiene una factura impecable. Paco Bernal construye un texto ameno y con un desarrollo plagado de anécdotas que van alimentando la curiosidad por el personaje del que creemos saber desde un principio cuál es su patología. No, no nos equivocamos en la primera impresión. Pero no es eso lo importante en este caso, ni siquiera su desenlace. Es el diálogo que mantiene consigo (o más bien con una mosca atrapada en una caja) y sus justificaciones. Que la soledad es mala, bueno, eso es un tópico para aquellos que necesitan sobrevivir en una sociedad demasiado expuesta.

La soledad bien asumida no tiene nada de malo. Lo malo, como todo en la vida, sería que sólo tengamos esa opción y que se convierta en una obsesión. Y en este caso lo es. Es una patología. Una paranoia del personaje que se aísla del contacto con el mundo, aunque disfrute observándolo. Cree el personaje que el poder está en mirar desde las alturas el comportamiento de los demás. Que así gobiernan el mundo los poderosos.

Y según nos cuenta le cogió gusto desde chica a subirse a los tejados precisamente para mirar. Para espiar. Eso sí, nada de intervenir. Porque eso significa implicarse. Y no es capaz. Su postura es no comprometer con lo que ocurre por muy desastroso que sea lo que ve. En cierto modo recuerda a esos científicos de campo que desde escondites bien preparados estudian el proceder de los animales salvajes, y aunque vean que el malvado cocodrilo se va a comer a la tierna gacelita no deben hacer otra cosa que tomar nota para sus estudios. Ella, nuestra protagonista, ve a través de sus prismáticos cómo ejecuta su vida la fauna vecinal. Pero el miedo atroz a involucrarse hace que busque continuamente lo que hacemos muchos, argumentar con pretextos elaborados nuestra cobardía.

El trabajo de Ángela Chica es excelente. Consigue una frescura muy agradable. Se compromete con una veracidad en la que no falta cierta comicidad, pero esa que surge de lo ridículo de lo que se dice y no de cómo se entona. Ahí por supuesto se ve la buena mano de una dirección que ha querido ofrecer un ritmo sereno para propiciar que el resultado tenga un tono que te lleva a la ternura y hasta a cierto respaldo de una actitud reprochable.