Febrero recupera el pulso a los abonos de la Filarmónica de Málaga y lo hace celebrando el aniversario de su creación. Han transcurrido casi treinta años y diez de la redacción del Proyecto Básico del Auditorio de Málaga, la sede futura y lógica del conjunto. A estas horas del concierto esta ciudad no ha sido capaz de articular una respuesta determinante más allá de conferencias que quedan en puro postureo o plataformas indeterminadas, por no hablar de oportunistas, de escasísimo recorrido. El Auditorio no es tanto un capricho como una realidad aceptada que hunde su justificación en la propia historia de la ciudad. No hay más.

Manuel Hernández Silva, titular de la OFM, subía al podio de la orquesta para asumir otra gran propuesta de las muchas que ha tenido y está teniendo la actual temporada de conciertos. En los atriles Richard Strauss y Gustav Mahler. Dos perspectivas posrománticas para un mundo que comienza a atomizar el lenguaje musical de la mano de compositores como Schönberg, Bartók o Messiaen. ¿Eran por tanto Strauss y Mahler sombras del pasado? La respuesta puede encontrarla el aficionado en las dos páginas que protagonizaron este último concierto de la Filarmónica que puso de manifiesto cómo dos autores pueden seguir construyendo frente a un mundo que comienza a virar estéticamente.

'Las Cuatro últimas canciones, TrV296' de Strauss se levantan a finales de los cuarenta del siglo pasado como la culminación de un género, el Lied pero también la despedida musical del autor de 'Elektra' o 'Don Juan'; cuatro canciones sobre poemas de Hesse y Eichendorf pensadas para orquesta y soprano. Raquel Lojendio fue la encargada de defender el apartado solista no sin ciertas dificultades dado el imponente timbre de la orquesta en no pocas ocasiones y ciertas confusiones del propio conjunto. Lecturas ágiles que tampoco beneficiaron al lucimiento de la soprano española. De la cuestionable 'Primavera', 'Septiembre' impuso cierta serenidad alcanzando un mejor empaste 'Al irse a dormir' para concluir 'En el ocas'o, en la dulce disolución del sonido en la atmósfera.

Strauss también está presente en la Cuarta Sinfonía de Mahler, que ahonda en la idea de eternidad y felicidad reflejadas en la complejidad de sentimientos que vuelca el compositor en un trabajo sinfónico que sirve además de síntesis y categorización estética. Mahler deja atrás la participación coral y centra la atención en la voz solista, a la que reserva el último de los cuatro tiempos que articulan la Cuarta. Versión la de la OFM de equilibrios, consciente del importante papel otorgado a maderas y cuerdas. Del inocente tiempo de alegro de apertura los aires de danza protagonizarían el segundo movimiento en contraste al tercero página definitiva del universo mahleriano que puso a prueba el músculo de las cuerdas graves de la OFM. La vida celestial planteada en el capítulo de cierre reservaba para Raquel Lojendio buena parte del protagonismo que la tinerfeña supo elevar hasta la emoción.