Hay un desorden de tipo neurológico que incapacita el reconocimiento y control de las emociones, incluso de expresarlas verbalmente Un desorden complejo que condiciona la vida de los que lo padecen y que como consecuencia incapacita para amar. Puede que ni este ni otros tipos de desórdenes expliquen cómo funciona el cerebro de un dictador. De alguien que no se estremece al ordenar matar a gente. De alguien que busca justificar su maldad por el bien general. Un individuo con imagen intachablemente familiar en la mayoría de los casos, pero del que también en la mayoría de los casos desconocemos qué mueve su corazón. 'Mitad del mundo', de Pablo Díaz Morilla, busca meterse en uno de esos cerebros e imagina cuáles pueden ser las tormentas y los tormentos si los hubiere. Para ello escoge la figura de Pinochet, la maldad personificada, y la enfrenta a la de Christopher Reeve (Superman en el cine), la bondad personificada. Se trata de un juego, un juego en el que no hay premio, sólo definiciones y palabras. Donde no hay vencedores porque todos sabemos que al final gana el malo. Pero sí hay premio: el que se lleva el espectador.

'Mitad del mundo' es un magnífico espectáculo. Por un lado, está la perfecta dirección de Fran Perea, que ha sabido hacer una clara creación escénica. Es lenguaje auténticamente teatral. La disposición del escenario con una escenografía que juega a ser escaparate de grandes almacenes y en el que las distintas alturas permiten en un mismo espacio mostrar los momentos de éxtasis e infierno de los personajes, dan agilidad a un texto contundente. Hay además una magnífica labor en la dirección de actores. Muy coherente para aunar las intervenciones de los intervinientes.

Perea ha sabido sacar gran partido del trabajo de cada actor y maximizar lo que cada cual aporta como creador en su trabajo. Ahí tenemos a un brillante Miguel Guardiola que representa a Pinochet entre tierno, débil, desasosegado y cruel. Matices bien registrados y emocionantes que se transmiten al espectador con una terrible dualidad, porque Guardiola logra que empaticemos y hasta comprendamos al tirano. Javier Márquez o Supermán, corresponde como antagonista en esos diálogos, y como personaje onírico aporta el contrapeso imprescindible del duelo. Ana Loig es otra parte importante en su función de hilo conductor de las escenas y preciosa voz que acentúa los climas de una dramaturgia que pone los distintos planos al servicio de un gran objetivo, hacer un inquietante espectáculo teatral.