En un rotundo ejercicio de desnudez personal y de valentía, el creador aragonés ha conquistado a miles de corazones en todo el país, en particular, el de las personas que comparten con el narrador la nostalgia y la necesidad de regresar a la década de los setenta, cuando Vilas era niño. Su novela Ordesa ha sido reimprimida doce veces, con más de 60.000 ejemplares vendidos.

El fallecimiento de su madre es el punto de partida de la redacción de Ordesa. ¿Tenía entonces la convicción, la decisión de publicar una novela?

Así es. Comienzo a escribir mi libro en mayo de 2014, cuando muere mi madre, un hecho que cierra una familia, aquella en la que he sido hijo. Cierra un capítulo de mi vida. Me sumerjo en un huracán emocional en un momento muy complicado para mí, divorciándome. Veo la desaparición de dos familias: una, en la que he sido hijo; y la otra, en la que soy padre. Nace una fuerte voluntad de estar solo: el narrador tiene la necesidad de ir en la búsqueda de lo que él cree que fue la búsqueda incondicional de sus padres, cuando era un niño de diez, once años, en los setenta. Se dispone a recordarlos en esa época.

En ese viaje al pasado, ofrece múltiples sentimientos al lector, ¿es la tristeza uno de los más fuertes?

Hay un aspecto en la novela que se repite: nunca acabas de hablarlo todo con tu padre y con tu madre. Parece una maldición. Mientras están vivos, no percibes la necesidad de hablar con tus padres. Cuando desaparecen, dejan un vacío enorme también en el terreno de la conversación, no solo en el de la emoción como hijo. Y eso no lo vas a poder resolver: se abre un agujero negro en el corazón. Hay muchas cosas que sucedieron en el pasado y te las dejan en herencia como un enorme enigma. La literatura puede hacer algo allí: yo fui a ella para solucionarlo con las palabras.

Ordesa es un relato autobiográfico. Hay que ser muy valiente para desnudarse así en un libro, ¿cuándo tomo la decisión de publicar esta confesión sobre usted mismo?

Buscaba la recuperación de la memoria familiar. La parte más autobiográfica, más confesional, del libro la fui viendo poco a poco. Como ser humano, con algo más de cincuenta años que tenía cuando comencé a escribir, me di cuenta de que la aritmética vital me mostraba que tenía más pasado que futuro. Por muchos años que me queden, lo fundamental ya ha ocurrido. Tenía la urgencia de saber qué paso, la necesidad de saber la verdad, ya no te interesan los artificios ni las florituras.

«Todo alcohólico llega al momento en que debe elegir entre seguir bebiendo o seguir viviendo. Una especie de elección ortográfica: o te quedas con las bes o con las uves». Supongo que confesar sus problemas con el alcohol habrá sido lo más duro.

Llevo cuatro años y medio sin beber. Eso fue una experiencia tremenda. Hay un momento en la vida de un alcohólico en el que o elige la be o la uve, beber o vivir, las dos cosas no pueden ser.

Ha dicho también que «El problema del mal es que te convierte en culpable si te toca». La aplica a otra confesión, imagino que dolorosa, sobre los abusos que sufrió siendo niño, hace ya más de cuatro décadas.

En este ámbito, creo que hay que decir la verdad, de una forma serena. Tampoco con una voluntad exagerada, de venganza. Que se sepa lo que pasó. No con ánimo de restitución, porque hace muchísimos años de todo. Decir que pasaba eso en España, que había una enorme represión. Yo a veces incluso pienso que había muchos sacerdotes que también eran víctimas. Evidentemente, la pederastia es algo horroroso, pero había curas víctimas de una claustrofobia moral. Por eso digo que hay que abrir las ventanas, que entre el fresco y la verdad.

Es decir, usted cree que la pederastia es, en cierto modo, producto del orden moral de la propia Iglesia.

Es antinatural. La naturaleza humana es la que es y no se puede doblegarla. Luego nos encontramos con estas realidades: un montón de pederastas. Yo únicamente conté mi caso, pero probablemente en muchos otros casos, no se trata de pederastas en sí, sino de gente con la sexualidad destrozada, por haberla reprimido. Cuando tu reprimes una parte importantísima del ser humano, como es la sexualidad, lo que puede salir es un demonio.

Después de doce ediciones de Ordesa y más de 60.000 ejemplares vendidos con la que está cayendo, ¿qué sensación interior tiene?

Estoy muy contento, porque los lectores en Ordesa ven su propia historia. Da igual que sea mi familia. Ellos ponen a su padre y a su madre. Eso a mí me satisface muchísimo. El mayor elogio literario que he recibido se produce cuando los lectores de Ordesa me dicen cosas como que ahora le cogen el teléfono a su madre para hablar con ella, antes no lo hacían. Sigo creyendo en algo tan poco posmoderno como la utilidad de la literatura.

Y, después de todo, concluye su novela diciendo que «la vida es maravillosa». Usted, que ha pasado un infierno.

Ordesa es un enorme «sí a la vida». Desde todo lo que hay en la vida. Es incómodo reconocer los aspectos dolorosos: la pobreza, la muerte... La literatura hace bien en recordarlo, dando armas para enfrentarse a ello.