Escritor galardonado con el Planeta y el Premio Nacional de Narrativa, sus obras literarias han sido traducidas a quince idiomas. Los artículos periodísticos de Juan José Millás se publican regularmente en El País y el grupo Prensa Ibérica, al que pertenece La Opinión de Málaga.

Recientemente se ha celebrado el 8M, ¿cómo ve el movimiento feminista en España?

¿Tiene respuesta esta pregunta? Tanto el 8 de marzo del año pasado como el de este nos plantean cuál es el estado con respecto al machismo, que es la cuestión de fondo. El machismo sigue siendo la atmósfera en la que nos relacionamos hombres y mujeres. Hace unos días leía una encuesta en la que casi el 60% de los chicos de institutos son machistas declarados. Es una mayoría cuando son hijos de familias y alumnos de profesores que les han transmitido otra ideología. Esa cantidad exagerada de chicos indica que la atmósfera que respiramos tiene altos ingredientes machistas. La realidad es peor que lo que indican las apariencias.

En los próximos meses se va a producir una sucesión de elecciones, ¿cómo ve el periodo que se avecina?

Va a ser muy agotador, sobre todo porque preveo una campaña política sucia e intoxicada. El periodismo, prácticamente, se va a tener que dedicar a desmontar las mentiras de los candidatos. Por primera vez, vamos a experimentar los métodos de Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil de muchos canales de intoxicación permanente. Gran parte del trabajo de los periodistas buenos, rigurosos e inteligentes va a tener que consistir en desmontar toda esa basura.

Muchos de los personajes de sus libros atraviesan por situaciones de delirio o locura, ¿las enfermedades mentales siguen siendo un tabú social?

Sí, lo demuestra el hecho de que los enfermos mentales están recluidos en guetos, sigue siendo un estigma. Cualquiera que tenga una enfermedad mental con la que conviva y se presente a trabajar a una empresa, queda descartado. No hay deseo de integrar al enfermo mental. Nos viene bien, porque cuando a alguien le ponemos la etiqueta de loco, le quitamos valor a cualquier cosa que dice. Y hay locos que dicen grandes verdades cuando hablan. El problema es que no los queremos escuchar. Tampoco hay una frontera entre la cordura y la locura, es algo continuo.

Antes de dedicarse de lleno a la escritura, trabajó 20 años en Iberia. ¿Qué recuerdos conserva de aquella época?

Tengo un excelente recuerdo de aquella época. Iberia era una compañía próspera y envidiada, en la que todo el mundo quería trabajar. Y hacía descuentos a los empleados para viajar. Estoy agradecido porque mi idea de escritor era trabajar por la mañana en una empresa en la que ganara lo suficiente y por la tarde escribir. Trabajaba de ocho a tres y tenía un buen salario para pagar la casa y comer. No lo quería dejar pero empecé a tener mucha demanda como escritor y periodista.

¿Las redes sociales son una herramienta útil para escritores?

La literatura discurre al margen de este fenómeno, le afecta de manera lateral. Luego hay muchos textos que nos los quieren vender como literatura cuando no lo son. Hay determinados tipos de escritura que no alcanzan el registro literario, como sucede con algunos best sellers. Están muy bien trabajados pero no tienen nada que ver con la idea que tengo yo de lo literario. Tampoco soy experto en redes sociales, sólo he creado una cuenta en Twitter que utilizo para enlazar mis artículos. Lo que circula por las redes es de consumo y lo estrictamente literario siempre ha sido minoritario, ha estado fuera de los grandes circuitos.

Acaba de participar en un ciclo literario con el título de «La dignidad de la palabra». ¿Qué le sugiere?

Ambigüedad, porque la palabra no siempre es digna. Depende del uso que se le dé y del discurso en el que se la incluya. También es un título de buenas voluntades que cuenta con cierta mitificación por la palabra. Con ellas se pueden hacer

cosas excelentes y también muy malas, hasta cometer crímenes.

En este ciclo se subió a las tablas de un teatro, ¿qué puede ofrecer un escritor sobre un escenario?

Conversación. Me gustan las conversaciones porque nunca sabes cómo van a ser hasta que han empezado. Me va lo de lanzarme al vacío, esas charlas en las que no puedes recurrir al discurso aprendido, como hacen los políticos. Son los peores entrevistados porque ellos sí van con el discurso aprendido, lo que hace que carezca de interés por repetitivo. A los escritores también nos ocurre en ocasiones y en citas como estas es donde nos pueden romper los esquemas.