n Muchos han escrito, escriben y escribirán sobre Pablo Ruiz Picasso pero pocos lo han hecho, hacen o harán como John Richardson, el icónico historiador de arte. Porque Richardson fue un admirador primero y, sobre todo después, un amigo del genio malagueño. El gran proyecto vital del experto fue una monumental biografía de Picasso, de la que se han publicado ya tres volúmenes (el cuarto aún no tiene fecha de lanzamiento). Richardson falleció ayer en Nueva York a los 95 años.

«Picasso solía visitarnos en verano para ver los toros. Después de las corridas dábamos una cena con Luis Miguel Dominguín, Lucía Bosé y también venían gitanos a bailar y escuchábamos cante jondo. Entonces, empecé a escribir un estudio sobre sus retratos. Y él me ayudó. Recuerdo que hablaba de Dora Maar y Marie-Thérèse. Entonces me dijo: Tiene que ser terrible para una mujer ver a través de mis cuadros que ha sido reemplazada», reveló Richardson en una entrevista con La Razón en 2009.

Conoció a Picasso en los 50, después de haber iniciado una relación con el coleccionista Douglas Cooper. Cuando éste y Richardson se trasladaron a la Provenza francesa, el historiador inició una amistad honda con el pintor. En 1962 le propuso al malagueño realizar un libro monográfico sobre sus retratos; el proyecto, dada la colaboración sin precedentes del artista, se terminó transformando en una biografía gigantesca, totémica de un pintor no menos gigantesco, totémico, A life of Picasso. Una biografía que es quizás la fuente más inabarcable para adentrarse en el universo picassiano.

Conexión

«Con Picasso... Sé que sonará estúpido y que no debería ni decirlo, pero tuvimos una conexión psíquica. Él se dio cuenta de que no sólo adoraba su trabajo sin oque también comprendía perfectamente sobre qué trataba. Él era muy español y muy andaluz, sobre todo se notaba en su fuerte mirada. Podía poseer a una mujer con sus ojos. Nunca se identificó con los franceses, que no sabían comprenderlo», explicó Richardson hace años al Financial Times para argumentar esa sólida relación entre ambos.

Porque en John Richardson Pablo Picasso encontró a un oyente privilegiado al que le contó lo que no solía contar. Como, por ejemplo, las escapadas que hacía, de niño, de su casa al barrio de Chupa y Tira, donde vivían muchos gitanos. De ellos aprendió a fumar por la nariz, algunos pasos de flamenco y otras cosas que se guardó para sí: «Los trucos que aprendí de los gitanos no tienen fin», le confesó el genio de La Merced. Y la anécdota queda reflejada en uno de los tres volúmenes publicados de A life of Picasso, definida con acierto por alguien como «una especie de mezcla de erudición y cotilleo».

Con la muerte de John Richardson se va uno de los intelectuales que mejor conoció a un hombre al que cada año parece conocerse menos, tal es la magnitud de un universo siempre abierto y poliédrico, infinito. «Fui con Picasso a Perpiñán cuando tenía un romance con una mujer de allí. En un momento del viaje, recuerdo que nos quiso enseñar la Cataluña francesa porque no podía ir a la española. Pasamos unos días en la zona. Entonces fuimos a un café en la frontera. Picasso se puso a caminar sólo para ver España. Y estuvo contemplándola durante diez minutos», recordó Richardson. ¿Cuántos biógrafos de Pablo Ruiz Picasso pueden contar algo como esto?