El quinto programa del ciclo La Filarmónica Frente al Mar presentaba en el Auditorio Edgar Neville obras de Boccherini, Mozart y Schubert, velada en la que el genio de Salzburgo no sólo ocuparía el corazón del concierto sino que sería también protagonista de la inspiración schubertiana. El K550 de Mozart palpita en la incontenible Quinta Sinfonía de Schubert. La esperada batuta de Lucía Marín, única mujer que ha subido al podio de la OFM en las últimas temporadas, y la trompa del ovetense Jorge Monte de Fez, trompa solista del Teatro alla Scala de Milán completaban el cartel de este interesantísimo concierto con Mozart en la sobra e Italia en el corazón.

A modo de apertura, la Sinfonía en Re mayor de Boccherini presenta en su articulación tripartita soldada la forma de las antiguas sinfonías de ópera al más puro estilo italiano, cuya redacción no deja de sorprender por la evolución estética que puede presentar Mozart en su Cuarto Concierto para Trompa. Dos trompas, maderas y cuerdas adquieren la suficiente densidad para ofrecer el fuerte carácter del allegro inicial que contrasta con el delicado tratamiento casi camerístico del andantino hasta el decidido allegro y la no menos brillante coda de cierre dibujada por Lucía Marín.

Del capítulo concertante mozartiano, el genio salzburgués dedicaría a la trompa hasta cuatro páginas entre los que destaca el K 495 en Mi bemol, ampliamente divulgado por el conocido Rondo con el que concluye. Para la Ocasión la Filarmónica de Málaga se acompañó del trompista español Jorge Monte de Fez. Monte asumiría la interpretación de esta página de repertorio con gran serenidad destacando el empaste con el conjunto. Lectura cargada de encanto, muy cercana al tono camerístico que solista y profesores consiguieron en el escenario del Neville. El allegro inicial contrasta dos temas que remata Mozart incluyendo antes de la coda final una breve cadenza solista. El aire cantabile que reina en el andante central sirve de puente al arriesgado rondo conclusivo en el que Monte de Fez hizo gala de virtuosismo y gusto musical.

Estreno

Escrita en mil ochocientos dieciséis la Quinta Sinfonía de F. Schubert tendría que esperar hasta los años cuarenta de esa centuria para conocer su merecido estreno vienés de la que es dedicataria y a la que es imposible sustraer la personalidad de Haydn en su espontaneidad, Mozart en la luminosidad que la atraviesa o la propia mano beethoveniana en el cuidado de las maderas por no hablar del tono casi camerístico que los propios efectivos dispuesto por Schubert dotan a la partitura. Lucía Marin caracterizaría su lectura de la sinfonía schubertiana precisamente por el sentido de música pura que encierra en ella su firmante. El decidido allegro del comienzo, el andante y minuetto central destacaron por el aire cantabile construido con delicadeza por Marín hasta llegar al no menos resuelto allegro vivace conectado a la vitalidad del comienzo.