"Y la casa encalá y el vino de Albondón / y una sillica en la puerta. / -Y a las güenas tardes tenga usted don Gerardo. / Vaya animación- / -Mucho forastero últimamente/ que no deja la gente vivir ni a Dios". Carlos Cano, quizás el gran trovador de lo andaluz, le dedicó este pasodoble torero a Gerald Brenan, una prueba de cómo la figura y la obra del hispanista británico que se refugió primero en las Alpujarras y después en Alhaurín El Grande y Churriana permeó en el inconsciente colectivo, popular de Andalucía. Mañana, 7 de abril, Brenan habría cumplido 125 años.

Vivió el inglés hasta los 90. Y en plenitud de facultades: recordemos que donó su cuerpo a la ciencia; su cadáver reposó 14 años en la Facultad de Medicina de la Universidad de Málaga. Allí, el entonces catedrático de Anatomía José María Smith Ágreda se encargó de extraer tejidos que le permitieron estudiar el sistema nervioso de Brenan, conocido por mantener intacta su capacidad creativa hasta el último día de su vida. Después, el cuerpo fue trasladado al Cementerio Inglés de Málaga, donde reposa junto a su esposa, Gamel Woolsey, la autora de la popular novela 'Málaga en llamas'. Eso sí, un poco de él queda en la Facultad de Medicina: las mascarillas de la cara y de la mano derecha del autor presiden el centro desde el 2001 como parte de la Facultad de Medicina, como parte de una placa que la comunidad universitaria ha dispuesto en agradecimiento al hombre que donó su cuerpo para labores docentes.

Ensayo icónico

Hablar de Gerard Brenan es, claro, referirse a su gran obra 'El laberinto español', un ensayo icónico sobre nuestro país y sobre nosotros mismos hecho por un observador absolutamente crítico y certero, capaz de llegar a lo medular del asunto. «España es pródiga en hombres que creen ellos solos ser capaces de alumbrar el manantial puro de las tradiciones nacionales y proyectarlo hacia el futuro. Todos los que no estén de acuerdo con ellos son necesariamente perversos y, en consecuencia, han de ser aplastados», escribió el británico en el citado libro. ¿No son palabras que pueden ser aplicables a esta España nuestro de hoy mismo?

El laberinto español tuvo su origen en Churriana. Allí, concretamente en el número 56 de la calle Torremolinos, vivían Brenan y Woolsey (en la residencia restaurada hace unos años y que alberga la Casa Gerald Brenan, institución dependiente del Ayuntamiento de Málaga dedicada a la difusión y promoción de la vida y la obra del autor) cuando, en julio de 1936, fueron testigos de primerísima mano de la incipiente Guerra Civil. «Horrorizado con lo que había presenciado, quiso entender las causas de la barbarie, de la virulencia y del odio encolerizado entre los dos bandos. Desde la distancia e inspirado por el dolor comenzó una terapia particular, escribir un libro que explicara, analizando los antecedentes sociales y políticos, las causas que desembocaron en la Guerra Civil española», explicó en este periódico hace unos años Gerardo Pranger, ahijado y albacea literario de Brenan. También el británico, curioso impenitente, posó su mirada sobre Franco, Andalucía («es un tierra viva, pero no exenta de gravedad»), el terrorismo de ETA y hasta la Romería del Rocío («lo más maravilloso que he visto en mi vida»).

Visitar

Con apenas diez años Brenan había oído por primera vez hablar de Málaga de labios de su madre y se hizo el propósito de visitar algún día esa ciudad andaluza que tenía la cuenca seca de un río. Lo hizo catorce años después, en 1918. Gerald Brenan tenía 24 años, recién licenciado de la Primera Guerra Mundial. Huía de la casa paterna porque quería ser escritor. Su primer contacto con la ciudad no fue, sin duda, el mejor de los posibles: en la oficina de Correos le comunicaron que su banco no le remitiría el dinero asignado hasta dos semanas después. Brenan pasó 15 días en Málaga «con apenas un par de duros en los bolsillos», alimentándose de naranjas y del café con pan que le daban para desayunar en la pensión en que se alojó, fiándose de que les pagaría al recibir el dinero.

Se fue de Málaga sin apenas conocerla pero volvió doce años después y entonces Málaga le convenció de que era el lugar que buscaba para establecerse con su mujer y su hija. «¡Qué dulce y reconfortantes son las voces de los malagueños!», «¡Qué encantadoras y saladas son las mujeres y los niños!», «¡Y los salmonetes saben mejor que en cualquier otra parte!», «Málaga era templada y animosa», «Caí envuelto en su encanto y comencé a sentir que era una ciudad en la que podría pasar felizmente el resto de mis días» (palabras del propio Brenan recopiladas en el volumen recopilatorio, lanzado este año, Cosas de España).

Como señaló una vez Tom Burns, Gerard Brenan tuvo que irse de España, y volver, para darse cuenta de que su destino verdadero era escribir sobre España; quizás en eso sea muy español don Geraldo, como le llamaban sus vecinos de Alhaurín El Grande: nosotros a veces nos damos cuenta de cómo somos cuando alguien de fuera, con ojos extraños, nos define.