La Mayte Martín más flamenca está de vuelta. Nunca se fue, pero para algunos habitaba en los odiosos contornos del cante con sus boleros (maravillosos) y sus baladas poéticas (memorables). Anoche en el Museo Picasso demostró que tiene un repertorio clásico para aburrir a los más 'flamencólicos', a esos 'chanelaores de las gafas gordas' como los bautizara el maestro Morente. La hija de malagueño lo demostró acudiendo a las fuentes de los maestros de lo jondo aunque también supo cadenciar cada estilo a su particular manera de interpretarlos, convirtiendo cada quejío en un buceo al centro mismo de su esencia sentimental. A esa manera de mecer el cante entre el suspiro, la queja y la lágrima que tanto suscita. Memento era el 'vamos a acordarnos' que se escucha en cualquier reunión de flamencos.

El Museo Picasso que había acudido de domingo, con los sones de traslados semanasanteros de fondo, sabía que acudía a un acontecimiento especial y recibió a la cantaora con algunos representantes de la cultura local en sus primeras filas. Llenó su pequeño aforo, por supuesto y se quedó con ganas de más. El flamenco de calidad pedía pista de alguna forma en una ciudad que vive de espaldas a su manifestación genuina más internacional. La Martín sin preámbulos vino a saciar a los hambrientos, se fue quitando la tensión de la presentación de sus viejas credenciales con una granaína en la que recordó a Chacón pero a su manera.

Fue imposible en el resto del recital no paladear a Valderrama o Marchena, esos príncipes a los que el Mairenismo de fábulas mandó al destierro y que en voces como la suya o la de Rocío Márquez o la propia Rosalía están siendo revalorizados. Continuó con una petenera sin superstición que le valiera. Siendo además un palo que maneja con una destreza simpar. Ahí aparecieron los melismas del Gallina en algún recodo de su cante. Estaría Picasso tomando nota desde el cielo de la letra que habla de esa 'remediaora' que él buscó con urgencia en todas sus musas.

La guitarra compañera de Alejandro Hurtado ya había dado señales a esa altura de recital de que Mayte Martín no es sólo una gran cantaora que exige mucho a su lado musicalmente, sino que también sabe tocar la sonanta, compone y huele a los nuevos talentos como lo ha hecho con este cordobés que luego sería ovacionado en un lucimiento por seguiriyas. Un auténtico diamante que curiosamente sacó a relucir muchas referencias al clásico español de los Falla, Turina y Granados, con un aire y una gracia que no es fácil encontrarse en lo jondo.

A medio recital ocurrió una anécdota que da una medida de la capacidad de concentración a la que se somete Mayte Martín a su público y a ella misma. En un parón entre cante y cante escuchó el clásico sonido del papel desenrollado de un caramelo, y pidió explicaciones al público con mucha cortesía, con lo que consiguió poner aún más en un puño la atención del respetable, que estaba soñando en cada tercio con sus arrullos melismáticos en auténtica comunión.

Prosiguió con tientos tangos, en los que principió con recuerdos caracoleros. Su buena dicción en todo momento iba regando de almíbar las letras clásicas, con gitanería en la elección del repertorio. Por soleá asomó Camarón la patita aunque siempre en las coordenadas martinianas. Sin romperse nunca pero llevando el desgarro hasta el cielo y luego bajándolo como se acuna a un niño. "Mi corazón nació libre y el tuyo me lo amarró", decía la letra. Y su mirada al cielo de Málaga parecía una metáfora de la climatología, riguroso negro en la vestimenta con nubes blancas en su cabellera. Austera en la estética. En blanco y negro su cante ahora de nuevo.

En la recta final se marcó una seguiriya bastante digestiva con un final aguajirado muy especial, por fandangos mentó su deuda con 'La Niña de los Peines' y en un recorrido por cantes de ida y vuelta y colombianas ajustó cuentas con el pasado: "cambiaste el sol por la luna/ el agua dulce por salobre...". En un desenlace de verdadero gusto anduvo fina de compás y metió su célebre Compromiso por bulerías, para endulzar una tarde en la que salió la luna dentro de un escenario con un trazo picassiano de hondura. El cante clásico está más vivo que nunca, se proclamó en la boca de esta princesa diferente llamada Mayte Martín.