Carlos Sisí, el creador de los zombis malagueños de Los Caminantes planteó hace unos meses una cuestión a sus seguidores en Facebook: ¿les apetecería leer una novela sobre vampiros escrita por él? La respuesta fue un sí abrumador. Así que el autor de la reciente Varsovia se puso manos a la obra... Y la cosa se le terminó dando tan bien que ha lanzado Rojo (Minotauro), la primera parte de una trilogía (los volúmenes restantes se publicarán a lo largo de los próximos meses) que reinventa el mito de los no muertos. «El metro, tan fascinante, sería una buena base de operaciones para los vampiros en Málaga», asegura

Hay vampiros románticos, hay vampiros casi animales, bestiales, hay vampiros góticos... ¿Cómo son los vampiros de Carlos Sisí?

Cogí las cosas del mito que me enamoraban, inventé algunas y aparté otras. A mis vampiros no les importa demasiado tus símbolos religiosos, por ejemplo, pero la luz del Sol los destruye muy rápidamente porque es un elemento táctico importante para construir el terror alrededor de su figura. Me atraía el vampiro animal, como tú dices, que casi que galopa a cuatro patas y está más interesado en destruirte que en convertirte; pero quería también el vampiro antiquísimo con una mente privilegiada que lleva seis mil años pensando y rumiando su odio. Hacer hablar a alguien así fue un reto importante, si intelectualmente me siento mucho más capaz ahora a las 47 que a los 20, ¿a qué conclusiones habrá llegado alguien con miles de años a su espalda? ¿Qué experiencias, vivencias? Por esto, el vampiro de Rojo es de varios tipos, pero el que prima más es el vampiro iracundo, desmañado, que viste vaqueros y se esconde en el rincón del sótano, cubierto por cajas estropeadas por la humedad.

Hay que ser valiente para abordar un subgénero como el vampírico, con tanta bibliografía. ¿Qué crees que aporta usted?

Cuando los fans de Facebook contestaron a la pregunta de si querían una novela de vampiros con más de dos mil me gusta, lo primero que hice fue volver a leer ese clásico indiscutible que es Salem's Lot, de Stephen King. Lo leí con catorce años, y me pareció el libro más maravilloso del mundo. Aún lo es, sin duda, pero desde que se escribió, el mito del vampiro ha crecido muchísimo. Se ha tratado sobremanera no sólo en literatura, también en videojuegos, juegos de mesa, juegos de rol, películas y series. Entre todos, los creadores han hecho crecer ese mito y aportado un buen montón de exquisitas ocurrencias que están flotando por ahí, por todas partes. Ahora, la segunda lectura de Salem's Lot me hizo pensar que podía contribuir cogiendo algunos de esos elementos e inventado otros. Mis referentes, por ejemplo, incluyen Noche de Miedo, 30 Días de Oscuridad y la fantástica Stake Land o la secuencia inicial de Vampiros de Carpenter. Realmente no inventamos gran cosa. Hay una ósmosis global inconsciente con una variedad tan grande de ingredientes que, a poco que prestes atención, puedes acabar con una buena ensalada.

Ciencia ficción, fantasía medieval, experiencias paranormales, zombis, relatos apocalípticos... En cada libro parece buscar un reto, jugar con las claves y códigos de géneros o muy identificables. ¿Qué es lo más difícil de jugar con lo vampírico?

No creo que, a estas alturas, nadie se moleste por jugar con un mito tan distinguido. En mi libro, por ejemplo, no puedes acercarte a un vampiro con una ristra de ajos. Lo más probable es que acabes con ellos metidos en la boca, mirando la otra parte de tu cuerpo que ha quedado desparramada en la otra punta de la habitación. Estamos acostumbrados a hacer juegos y actualizaciones con elementos clásicos, y el propio zombi tuvo que reinventarse y empezar a correr para conseguir, otra vez, provocar miedo. Supongo que mi elección de elementos que tomar y dejar de lado atiende a criterios estéticos personales. Quería, por ejemplo, vampiros monstruosos con bocas enormes llenas de dientes puntiagudos como estiletes, bocas que fueran como un corte espantoso en la cara y fueran de oreja a oreja. Es posible que algunos hubieran preferido una boca sensual con dos colmillos inmaculadamente blancos.

Ubicó su saga zombi en Málaga, no así la trilogía vampírica. Pero si se lo propusiera, ¿en qué lugares de Málaga transcurrirían los libros vampíricos de Carlos Sisí?

Oh, a día de hoy tenemos el fascinante metro, que no existía cuando escribí Los Caminantes hace diez años. Sin duda sería una buena base de operaciones para ellos, además de todos esos edificios abandonados del centro urbano, esos por los que pasas y ves las ventanas condenadas y te preguntas qué habrá al otro lado. Pues€ vampiros.

Volviendo a su voracidad de géneros. ¿Le aburriría demasiado dedicarte a un solo tema o género?

Sin duda. Soy el primer lector de mis propios libros. Me encanta inventar cosas nuevas. Varsovia fue muy divertida (y dura) de escribir porque la concebí como si fuera una serie al estilo de Perdidos. Quería que los lectores leyeran y tuvieran siempre una pregunta en la cabeza: «Pero€ ¿qué es esto?». Creo que lo conseguí. Siempre hay lectores satisfechos y otros no tanto, pero Varsovia es tal vez la novela donde he visto más unificación de criterios. Parece que hice una buena cosa ahí.

Sale Rojo muy poco tiempo después de Varsovia. ¿No tiene miedo a casi contraprogramarse?

Escribo una novela y luego escribo otra, es sencillo. Lo que ocurre es que a veces las editoriales necesitan emplazar un lanzamiento en una línea editorial programada a un año vista, y se retrasa, por cuestiones ajenas a la obra. Entonces puede suceder que dos títulos coincidan. Nadie recomienda lo que ha ocurrido, que los dos libros hayan visto la luz con un mes de diferencia, pero no dependía de mí, así que no lo pienso mucho. Imagino que los lectores cogerán la historia que les resulte más aparente, y luego, tal vez en verano, más adelante, cogerán la otra. Tengo el raro privilegio de que todos mis libros, incluso diez años después, están disponibles, y eso, en este mundo precipitado donde las novedades se suceden a velocidad de vértigo, es un logro.

¿Dónde está el secreto de su productividad literaria?

Se me ocurren muchas respuestas sobre la necesidad de escribir, el alma de un escritor, la creación y todo eso, pero si quitas la poesía del hecho innegable de que escribir es, sobre todo, un proceso creativo y por lo tanto, hermoso, supongo que la respuesta la estarán vaticinando muchos de los lectores que tienen el periódico en las manos ahora mismo. Escribo tanto porque tengo tres hijos que alimentar [Risas]. Escribir es mi trabajo, es lo que hago, y cuando termino una novela empiezo otra. Pero es este trabajo y no otro porque me encanta. Hay que decirlo.