Adiós a un símbolo del periodismo malagueño, el decano del columnismo español y un escritor de categoría. Manuel Alcántara falleció este miércoles en su domicilio de Rincón de la Victoria a los 91 años, dejando huérfana su columna diaria de Sur (que abandonó hace unos meses tras haber escrito más de 30.000 artículos para la cabecera, publicados en el resto de diarios del Grupo Vocento).

Siempre elegante y poético, atinado y afinado, con una sonrisa y con la gracia del que sabe tomarse la vida como debe, a pequeños sorbos, con la mejor predisposición, Alcántara era, ante todo, un sabio humilde. «Todo el que crea que va a dejar su nombre para la posteridad me parece un tonto. Importa llegar a viejo sin rencor. Si yo tuviera una varita mágica para hacerle daño a alguien, no daño grave, pues no la utilizaría nada más que para que un pájaro nocturno se posara en ella... Esa señora que se ha acercado a saludarme sonriendo y a decirme que me lee todos los días: quizá eso sea la gloria», aseveró en una de sus últimas entrevistas, en El Español.

Creía que había escrito «demasiadas» columnas. Lo que más le preocupaba, siempre, era «acertar con el título». Empezó tarde en el oficio de opinar en público, en 1958 y con 30 años de edad en La Hora. Antes comenzó la carrera de Derecho, que pronto abandonó por aburrimiento, trabajó en una empresa de seguros ligada a Renfe (donde trabajaba su padre) y se estrenó en el mundo de la cultura con participaciones en cafés literarios y la consecución de premios en Juegos Florales.

El salto a la prensa nacional se produjo a través del diario Arriba; a partir de ese momento sus colaboraciones en diversas publicaciones fueron ininterrumpidas y muy conocidas, por lo que pronto alcanzaría las cabeceras más importantes de la prensa española. Colaboró en Pueblo, Ya, Marca y La Hoja del Lunes. En otros medios también intervino como periodista deportivo, ya que el fútbol y el boxeo fueron dos de sus grandes pasiones. La otra, sin duda, la poesía: cuando tenía 23 años comenzó a moverse en un ambiente en el que se realizaban lecturas de poesía y tertulias literarias. Entre sus obras más destacadas podemos mencionar Manera de silencio, La Mitad del tiempo y Ciudad de entonces, con la que logró en 1962 el Premio Nacional de Literatura. «Ponte a vivir como loco:/ama, ríe, bebe, olvida/Puesto a vivir todo es poco/por más que dure la vida», dice uno de sus poemas, palabras que revelan a un vitalista, a un hombre que, confesaba, tenía la fortuna de poseer la palabra, instrumento para apresar al tiempo y para explicarse a sí mismo la existencia, algo ininteligible.

En noviembre de 2007 enviudó de Paula Sacristán, su esposa desde 1953, lo que supuso un duro golpe. En sus últimas apariciones públicas, parecía despedirse, consciente de que se acercaba el final. «Mi labor tengo la absoluta conciencia de que termina, pero me voy muy contento de haberos conocido a todos y de tener la oportunidad de daros las gracias, que es una noble palabra que se utiliza lo mismo para el que te deja que pases antes en el ascensor como para el que te hace un gran favor», afirmó el pasado mayo. Hoy son muchos los que, emocionados, le dan las gracias. Las palabras, también.