Recuerdo que una tarde de hace ya unos cuantos años llegué, con mucha anticipación, al Centro de Arte Contemporáneo (CAC), a escuchar la conferencia de un prócer de la comunicación. En la puerta estaba Alcántara, charlando con compañeros de los periódicos malagueños. Saludé. Hablamos en corrillo todos un poco -por hacer tiempo- y cuando se hizo un silencio Alcántara miró su reloj, alzó la vista y nos dijo: "Vaya, de repente se nos ha hecho temprano". Así era Alcántara: le sobraba el ingenio, lo tenía desde que estudiaba primero de Jazmines y era un prodigioso niño. Le sobraba también el talento y la gracia, el desparpajo, la bendita habilidad para burlar los tópicos. Por eso inventó aquel mandamiento que todos los escritores de periódicos, columneros y columnistas nos preciamos de seguir: "No aburrirás ni a Dios sobre todas las cosas". Ha muerto Manuel Alcántara, el grande del columnismo español, poeta excelente. Alguien que honraba al periodismo. Alcántara, poseedor de todos los premios periodísticos que interesan, es de la estirpe de Larra, Ruano, Campmany, Umbral. Decía que escribir una columna diaria era una de las últimas formas de esclavitud que existen. Bendita columna de la que tantos españoles eramos militantes. Café con Alcántara es una de las pocas formas de rutina adictiva. Columnas de Alcántara: siempre una idea original, no de segunda mano; siempre una cita, siempre un asunto de máxima actualidad e interés, siempre un juego de palabras. No estoy encantado de haberme conocido pero estoy encantado de haberos conocidos, dijo en una de sus últimas comparecencias públicas. Urgen honores para Alcántara. Hombre de comparecencias públicas pero al que le gustaban mucho más las privadas. Cigarrillos, buena mesa, ginebra. Conversación. Alcántara ha logrado lo que pocos en cualquier oficio: ser unánimemente reconocido por los propios colegas como el mejor y el número uno. Sin discusión. Hay que editar a Alcántara y leerlo. Como gran homenaje a alguien que sabía vivir y beber la vida, "me ha salido el hígado de buena calidad", un hombre grato que vivió miles de sucedidos y anécdotas en el Madrid del café Gijón, en el Arriba, en sus vueltas al mundo redactando crónicas de combates de boxeo. En diario Sur, donde lo contrató Joaquín Marín; en Vocento, en la revista Época. O en tantas y tantas publicaciones, como La Tribuna de Marbella, periódico en el que, fichado por mi señor padre, a finales de los ochenta publicó una estupenda sección (Carné de amigos), una suerte de diario con negritas espectacularmente bien escrito, nervudo, nutritivo; una vida social pasada por la literatura. Yo era un imberbe preadolescente y le cogía esas crónicas por teléfono. A veces. Bien muchacho, tú escribe la frase que yo te digo y después de escrita me la repites, sí maestro, ya era maestro de atildado bigotito y creciente celebridad. Su voz y su prosa eran gloria bendita para un aprendiz que ahora perpetra un folio a vuelapluma sobre un ser tan fuera de lo común. "Muchacho, he ganado unas monedas en un premio de Madrid, te tengo que invitar a comer". En una conversación podía mezclar recuerdos agudos y graves, leves o enmarcables, de hace ochenta o diez años, poéticamente o con la voz de la calle. Podía contar aquello que un célebre poeta le dijo una vez en el café tal en 1950 o cómo preparó junto al poeta Rafael Morales el homenaje en Lhardy a Celia Gámez ("a los postres se volvió a la concurrencia casi llorosa y dijo: me habéis emocionado, no sabía que podía reunir a tantos y tantos amigos... Y resulta que éramos diez. Contándola a ella"); o referir el carácter del púgil Legrá, pintar con palabras el ambiente de una boite de París, la vida de un amigo pescador de Rincón de la Victoria, muerto hace tres décadas o una cuita en un jurado literario en 1961. Sabio. Ha muerto. Descanse en paz. Nos deja su poesía y su columnismo vivo. Se ha ido, tal vez como dijo en un poema, "el día menos pensado / ese, en el que pienso siempre". Se ha marchado un clásico. Un motivo para empezar el periódico por el final. Buena hora esta para brindar con gin tonic en su memoria.