«El 35% de los españoles no leen porque no lo creen interesante. Se ha perdido la antigua vergüenza de sentirse ignaro, porque es imposible tener cultura media sin libros», asegura Vicente Luis Mora, que es el pregonero de la XLIX Feria del Libro de Málaga, que comienza hoy (19.00 horas) en la Plaza de la Merced, su sede desde hace unos años.

¿Cómo ha afrontado la elaboración del pregón de la Feria del Libro?

El del pregón ferial me parece un género difícil, porque parece requerir un texto sobre el libro de corte celebratorio, festivo; y ésos son sentimientos de alegría complicados de sentir en un país donde un 35% de sus habitantes confiesan que no sólo no leen, sino que no piensan hacerlo por no creerlo «interesante», según un barómetro reciente. Es decir, se ha perdido la antigua vergüenza de sentirse ignaro, porque es imposible tener una cultura media (de gran cultura ni hablo) sin libros, de la misma forma que es inimaginable poseerla sin música, sin ciencia o sin cine. Así que intentaré ser festivo sin parecer estúpido, labor harto difícil en mi caso.

¿Es mejor leer un libro malo, hueco que ninguno? ¿Es mejor poesía tuitera o youtubera que ninguna poesía? ¿Es mejor atender a Marwan que a nadie?

Sin meterme en más charcos de los que ya transito, creo que habría una pregunta previa a ésta: ¿no deberíamos leer primero los libros buenos, incontestables, y luego, si hay tiempo (y dinero), emplearlo en libros menos prometedores? Sin desmerecer a nadie, ¿hemos leído a poetas contemporáneos (de los clásicos ni hablo) de indudable valía, como Anne Carson, Bernard Nöel, Reina María Rodríguez o Antonio Gamoneda, antes de lanzarnos a la mesa de novedades sin haber forjado un criterio lector?

Hace unos años confesó que perdió la fe «en los literatos, no en la literatura», y pusiste ejemplos infames como el de la poliautoría admitida de La catedral del mar. ¿Cómo va de fe ahora en los literatos y en la literatura?

Tengo fe en la literatura entendida como modo de cuestionar la realidad, de reinventar el propio concepto de literatura, de discutirse a uno mismo y de crecer hacia dentro, como intentaré desarrollar en el pregón de hoy. Los literatos ya tienen mucha fe en sí mismos, no necesitan de nuestra creencia.

¿Y tiene fe en el lector? Reflexionó sobre el concepto de lectoespectador (un lector que en estos tiempos digitales y visuales lo es tanto como espectador) hace unos años. ¿Se está cumpliendo la profecía 7 años después?

No era una profecía, era más bien la descripción de un movimiento creciente. El lector tiene más protagonismo que nunca, a veces demasiado. Es sospechosa cierta tendencia actual que considera al lector como único juez del libro, apartando a los críticos literarios. Me parece que esta dictadura del lector es un gesto de la industria, interesada en que no exista más valor que el del mercado y no haya más juicio que el de la lista de los más vendidos, como explico en La huida de la imaginación, un ensayo que aparece en un par de semanas.

La relación entre la palabra y lo visual, entre la literatura y el diseño de la literatura, digamos, es otra de sus obsesiones. ¿Pasa el futuro de la literatura indefectiblemente por mejorar su relación con la imagen, con lo visual?

El futuro de la literatura, como el del planeta, pasa más más por la apurada supervivencia que por el desarrollo de algún aspecto concreto. Prefiero, al carecer del título de futurólogo de bola y naipes, limitarme a decir que constato un creciente acercamiento entre las artes en general y entre las literarias y las plásticas en particular, con varias y variopintas manifestaciones.

Otra de sus obsesiones es la ciencia. «Ahora la ciencia y la poesía están unidas, y es un relato imbatible», ha comentado. Cómo puede ayudar la ciencia a la literatura, conceptos que para muchos resultan antitéticos como símbolos de la certeza y la imaginación, respectivamente?

Ya sea para refutar, criticar, alabar o ensalzar el mundo (o la realidad, si nos ponemos profundos), la mínima molestia que un intelectual puede tomarse es la de intentar saber de qué mundo habla. Y tener una idea de lo real que no se asiente profundamente en la ciencia es como opinar sobre el sabor de los espetos sin haberlos probado. Como malagueño adoptivo, no puedo permitir esa atrocidad. Y la otra tampoco. Hasta para ser surrealista o irracionalista hay que tener claro de qué se compone nuestro mundo y cómo funcionan nuestra percepción y nuestro pensamiento.

Lleva ya varios años viviendo en Málaga, ciudad que ejerce de base de operaciones desde la que se mueve por España y el extranjero para ofrecer cursos, charlas y talleres. Éste es, digamos, su primer acto como hijo adoptivo de la ciudad. ¿Cómo es su relación con Málaga?

Estoy encantado de vivir aquí, he encontrado un círculo de amigos y afectos y un estupendo entorno de afinidades. Me parece una ciudad acogedora, con muchas posibilidades y con algunos problemas, como todas las grandes urbes. Pero de ellos hablaré cuando lleve aquí 750 años y pueda juzgarlos con perspectiva.