Ella se cansó de la rutina. Se hartó de las conversaciones sobre el trabajo, de las películas después de la cena o de la simple lectura, el uno junto al otro, en aquel piso que fusionaba sus identidades como una criatura sin rasgos claros. Cuando se separó de Él, el mundo al que se enfrentaron era muy distinto a aquel en el que se habían conocido. Durante sus años de relación, el amor había sido secuestrado por mercados y algoritmos, y por una «generación Tinder» en la que el mínimo movimiento de un dedo servía para aceptar o rechazar al que se encontraba al lado.

Este nuevo panorama afectivo es el que analiza Patricio Pron en Mañana tendremos otros nombres, su nueva novela, de la que hablará mañana en la Feria del Libro de Málaga (Carpa de Actividades, 19.30 horas). En un acto organizado por el Centro Andaluz de las Letras, el argentino reflexionará sobre la riqueza que supone el encuentro con el otro, y sobre «cómo encontramos en los demás una forma de resistencia ante el momento que vivimos».

¿Comprende mejor el romance después de escribir este libro?

Me parece que sí. Creo haber comprendido mejor cómo estamos amando en este momento. También he entendido cómo es que amaremos, hacia dónde avanza la experiencia amorosa en un contexto en el que parece que no hay muchas certezas.

¿Y hacia dónde vamos?

Aparentemente, hacia una mercantilización de los afectos. Pero también avanzamos hacia la posibilidad de que las relaciones constituyan un refugio a esa anomia de la experiencia en general.

¿Enamorarse ya no es lo que era?

Bueno, nunca ha sido particularmente fácil. Pero algunos desarrollos recientes, que venían a simplificar supuestamente la cuestión, la han complicado más. Pero no pienso que sea razón para desanimarse en torno a estas cuestiones, sino para tratar de pensar en ellas y transformarlas. Ese me parece que es el esfuerzo al que la literatura debería contribuir.

¿En qué momento descubre la suya preocupada por las relaciones afectivas?

Creo que empecé a pensar en ello hace un par de años, cuando algunos amigos empezaron a separarse. Se encontraban con que llegaban a un mundo de los afectos que había cambiado por completo. También pensaba en estas cosas al hilo de numerosos artículos que hablaban acerca de estas aplicaciones de búsqueda de pareja, y que pintaban un paisaje bastante menos utópico del que yo conocía.

¿Es un error dejar que la tecnología se introduzca en el terreno de lo afectivo?

Hemos cedido la gestión de algo tan importante como nuestra vida íntima a un algoritmo que no conocemos. No sabemos quién en su propietario, en qué clase de experimentos de ingeniería social estamos participando ni cuáles son las consecuencias. Ahora bien, este no es un libro moralista que le vaya a decir a las personas lo que tienen que hacer. Pero ofrece una visión alternativa a lo que se nos presenta como un paraíso.

¿Es una libertad engañosa?

Sí. Es una experiencia masticada, en la que el encuentro tal como lo concebíamos es imposible porque ya no podemos descubrir el interés de la experiencia amorosa para mí, que es esa posibilidad de obtener del otro una mirada distinta acerca de quiénes somos.

Dice usted que hoy todos acabamos siendo productos. ¿Los escritores también terminan siéndolo?

Algunos sí. Algunos son comercializados como tal por la industria en la que se inscriben sus libros y participan en ella de forma entusiasta y poco crítica. A mí los que más me interesan, sin embargo, son aquellos cuya literatura ofrece un poco de resistencia a ese negocio que favorece la obsolescencia programada de los libros. Y los libros que me interesa escribir se plantean como obras que resisten al paso del tiempo.

Apuntaba Juan José Millás que Mañana tendremos otros nombres era una novela hasta futurista.

Me parece que tiene algo de razón. Para las personas de la generación de Millás, el presente en el que vivimos es ya un futuro por completo inconcebible desde la perspectiva de su época. Para los jóvenes, claro, es puro presente. Pero resultaba interesante propiciar esa conversación.

Usted lo hace desde lo íntimo. Al final, ¿el mundo es algo que nos pasa por dentro?

Absolutamente. En estos personajes se manifiesta lo falso de la separación entre vida privada y vida pública. Descubren que su pareja es un campo de batalla ampliado en el que se libran algunas de las luchas de nuestra época, y comprenden que, a pesar de que pensaban en la pareja como un refugio, no hay refugio posible. Yo creo que hay que pensar en la pareja de otra forma, y también en las identidades. Entenderlas no tanto como un punto de partida, sino como uno de llegada.