Pese a las muchas sombras que oscurecen su biografía personal, especialmente las que se relacionan con sus afinidades políticas, sus luces no dejaron nunca de brillar como la prueba más palmaria de su inconmensurable talento como inductor de uno de los géneros canónicos de la historia del cine y como uno de los productores más sagaces y permeables que ha engendrado Hollywood en sus más de cien años de existencia. Además de sinónimo de éxito, su nombre y el de la macro industria del espectáculo que creó a su alrededor, se ha asociado siempre con una noción particularmente idílica y optimista del mundo, encontrando en el ámbito infantil a su público más devoto e incondicional y en el de los adultos la proyección de un universo emocional colectivo sobre el que descansan muchos de nuestros recuerdos más lejanos y contradictorios.

En cualquier caso, se trata de una de las figuras esenciales, no solo en el cine estadounidense sino en todo el ecosistema cultural que este ha generado en todo el mundo a través de un puñado de personajes e historias atrapados en nuestras retinas como iconos imborrables. Su importancia, pues, está fuera de toda duda razonable, de ahí que su nombre siga sonando, a los 52 años de su muerte, como el de un creador sin paliativos, cuya inagotable caudal de seducción visual impacta hasta en las sensibilidades menos proclives al género. Por lo tanto no es de extrañar que hoy su personalidad siga siendo objeto de culto y que continúe inspirando la edición de libros tan oportunos y necesarios como el que hoy nos ocupa.

Bajo el sello Milenio, se acaba de editar el ensayo cinematográfico 'El sonido Disney. En busca de la canción perfecta', de Jorge Fonte, autor, entre otros trabajos literarios, de una larga serie de documentados estudios de cineastas estadounidenses (Steven Spielberg, Robert Zemeckis, Ridley Scott, Oliver Stone, Russ Meyer, John Lasseter, Woody Allen) pero, sobre todo, de un monumental tratado en cuatro tomos sobre el imperio fundado, hace nueve décadas, por Walt Disney (Chicago, Illinois, 1901/Burbank, California, 1966) el monarca indestronable de la animación cinematográfica. Con su nuevo trabajo Fonte vuelve, una vez más, sobre la fecunda obra cinematográfica de este mítico y controvertido cineasta cuya meritoria trayectoria como maestro indiscutible del género no lo exime de la reprobada actuación que tuvo como activo colaborador del tristemente famoso Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy durante los años más convulsos de la Guerra Fría. Fonte presenta mañana, a las 13.00 horas, el volumen en la Feria del Libro de Málaga.

En esta ocasión el autor de Natalia y otros relatos para adultos (2017) lo hace poniendo el foco en el estudio de la música -las canciones, para ser más exactos- que la compañía Disney ha ido incorporando en las producciones que integran su vastísima filmografía. Desde el corto Steamboat Willie (1928), su primera producción en el cine sonoro, hasta Vaiana (2016), uno de los últimos largometrajes de la franquicia, Fonte pasa revista a un rosario interminable de temas musicales indefectiblemente unidos a títulos de enorme popularidad que integran el imaginario de muchas generaciones de cinéfilos, como Blancanieves y los siete enanitos (Snow White and the Seven Dwarfs, 1937), La bella durmiente (Sleeping Beauty, 1959), 101 dálmatas (One Hundred and One Dalmatians, 1961), Los tres caballeros (The Three Caballeros, 1944), La cenicienta (Cinderella, 1950), Peter Pan (1953), Dumbo (1941), La dama y el vagabundo (Lady and the Tramp, 1955), Mulan (1998), El rey león (The Lion King, 1994) o El jorobado de Notre Dame (The Hunchback of Notre Dame, 1996), Pocahontas (1995), Merlín, el encantador (The Sword in the Stone, 1963), El libro de la selva (The Jungle Book, 1967), así como un largo etcétera de largometrajes que han dejado una huella indeleble en la memoria universal del siglo XX.

«De no haberse dedicado al mundo de la animación», asegura Fonte, «Walt Disney lo hubiera hecho al de la música. No como cantante o compositor (carecía de aptitudes para ello) sino como productor musical, porque para eso sí tenía talento. El no haber estudiado nunca música, no le impidió involucrarse directamente en las bandas sonoras de sus películas dedicándole tanto interés como el que tenía hacia cualquier otro aspecto de la producción. De ahí que la rica experiencia de los años que había pasado realizando cortos de animación le sirviera para tener absolutamente claro que para sus largometrajes la calidad de la música tenía que estar a la misma altura que el esplendor visual de sus imágenes. La idea era concebir un matrimonio perfecto entre ambas partes. Y que además, las canciones no solo debían ser igualmente buenas, sino también tenían que contar con una melodía muy pegadiza y una letra sencilla y fácil de recordar, de forma que se mantuvieran en la memoria del público por muchos años que pasaran».

Así pues, y por muy diversas razones, la franquicia Disney se convirtió con el tiempo en la mayor fábrica de sueños engendrada nunca por el coloso hollywoodiense; una suerte de factoría cinematográfica orientada hacia un segmento de público que busca gratificaciones emocionales directas, de fácil digestión, intentando complacer a ese amplio espectro genera cional que ha constituido, desde sus años fundacionales, su base clientelar desde el mismo día en el nonagenario Mickey Mouse, un ratón travieso, astuto y retozón, irrumpía como un huracán en las pantallas de todo el mundo abriendo de par en par las puertas a un mundo de ensoñaciones y de fantasías transgresoras que ha amamantado a millones de cinéfilos durante casi un siglo.

Su posición por tanto en la historia del cine ha tenido -y tiene- un alcance artístico y sociológico inobjetable, sobre todo por su condición de precursor de uno de los géneros cinematográficos más populares e influyentes de la historia del cine y como creador de uno de los imaginarios que mayor incidencia han tenido en los gustos y preferencias culturales de muchas generaciones de espectadores.

Con su nuevo libro, de casi 700 páginas, Fonte contribuye a aportar más luz aún sobre este mito indesmayable al que, de una u otra forma, nos hemos sentido siempre irremediablemente unidos. Prácticamente, desde nuestra más temprana infancia, ejerciendo de fieles comulgantes en una ceremonia presidida por la más cándida y desbordante imaginación. Y el factor musical constituye, sin duda alguna, uno de los ejes decisivos en la consecución del inabarcable universo creativo que alimentó durante toda su vida.