Al buzón llega Contornos de sombras, nuevo libro de Isabel Romero dado a las prensas en una bonita edición de Azimut. Un poemario malagueño por el puño que lo escribió, por su editorial y por la génesis de muchas imágenes a las que me arriesgo también a calificar como producidas desde los paseos y silencios de esta Málaga por la que tanto lucha Isabel entre trincheras culturales lejanas a las instituciones. Una fructífera suma. De su último poemario, Metáfora de invierno (Torremozas, 2016), tuve el honor de escribir que se trataba de una obra donde su autora exhibía su madurez poética; la aparición de Contorno de sombras constata que, si ningún otro volumen futuro fuera engarzado, entre ambos forman un sistema binario, como esas estrellas que giran una junto a otra, atraídos en equilibrio por una gravedad que les impide tanto la huida como la fusión.

La poética de Isabel sigue anclada en una melancolía que aquí se despliega con voluntad de conocimiento pero que, sin embargo, ahonda en la imagen surreal, en la metáfora onírica, mucho más que en poemarios previos a pesar de que no abandona sus símbolos recurrentes; así el lector vuelve a encontrar la niebla, la noche, las ruinas, el vacío, el mármol, las calles empedradas o los interiores hogareños, pero insertos en una prosa lírica, anticipada por haikús, que pretende una reconciliación con el pasado, quizás, una explicación a la que, ahora, la voz poética se atreve a enfrentarse sin contemplaciones.

Cuando finalicé esta lectura, envié un mensaje a su autora, y esto no es un recurso literario, donde tuve la osadía de indicarle que en este libro había más sangre en la tinta que en el anterior con el que, sin duda, lo percibo relacionado. Tengo que hacer un inciso, cuando se escribe, el sentimiento erige más un estorbo que una ayuda. El texto partirá de una sensación provocada por una determinada idea, pero ese puente de tropos y recursos con el que se vuelve a provocar en el lector una sensación parecida, es decir, la poesía, exige mediciones semejantes a las de un arquitecto que se las diera de prestidigitador. En este Contorno de sombras, en efecto, su autora exhibe todo el arte de medir mediante el que se forja el buen poema, además, presenta una sólida evolución estilística que, sin abandonar su poética, nos confirma una capacidad creadora viva y con una voluntad de estilo ante cada hito en el que se hace necesaria la reflexión y la escritura en ese continuo repaso del tiempo que nuestra poetisa lleva a cabo.

Contorno de sombras se reconcilia con el pasado, precisamente, mediante un viaje por el tiempo. El libro se inicia con unas Acuarelas de haikús, ocho por cada estación meteorológica bajo una insistencia de lluvia, que se inauguran en un otoño desde que el que ya se nos anuncia el tercer apartado de poemas: «Haz de nieblas/en nubes descosidas:/ días inéditos». Desde el invierno nos anticipan la segunda parte: «Luces talladas,/ comienza el invierno:/retales de lluvia». En este apartado, en realidad titulado Lienzos de lluvia el lector descubre 12 capítulos en prosa lírica, uno por cada mes del año, donde, incido, los párrafos oníricos son tan recurrentes como magistrales en su construcción. En ellos volvemos a descubrir un otoño regulador de toda la memoria, como vértice desde el que partiera esa necesidad de recuperar el pasado: Septiembre: «La memoria fue piedra, ceniza, fue historia, pero el verano de aquellas sombras, los harapos de las siestas, sería testigo de aquel columpio atado a la niebla obstinada que rompía el vuelo común de sus pasos...». En la tercera parte del poemario, el tono surreal reina en esos días que trazan los pasos de una escalera que concluye en un sábado cuando la voz lírica «Volvió a las calles donde sus huellas aún permanecían intactas sobre el empedrado, con tantas historias que conducían al Sur, donde germinaba la vida». Un sur quizás alojado cerca del Arroyo Burriana que nos remite directo a las referencias vitales de su autora que, diosa de este mundo suyo hecho transferible mediante la palabra, ha evitado el día del domingo, descanso del creador.

Nos volvemos a encontrar, pues, ante un poemario muy bien hilvanado y trenzado igual a quien describe un mapa vital. Las imágenes emocionan y conducen al lector de la mano de un discurso lírico que atrapa e, incluso, lo sitúa ante espejos en los que, tal vez, pueda hallar su niñez y sus sombras contorneadas por esta prosa poética entre la que se desnuda la voz de Isabel Romero.