Nació en 1870 en una humilde casa malagueña de la calle Refino, en el barrio inmediato al Teatro Cervantes, así que parecía que el futuro de Rosario Pino estaba predestinado. Llegó a ser una de las grandes damas de la interpretación de su época, la preferida por Jacinto Benavente para estrenar sus obras y la gran rival de María Guerrero por el cetro de la intepretación, pero su nombre cayó en el olvido. De hecho, si googlea usted a la actriz malagueña, muchas de las 10.000 referencias de que dispondrá tienen que ver sólo con las calles a las que da nombre en Fuengirola, Alhaurín de la Torre y Madrid; poca, muy poca información exprimirá de internet sobre una mujer que definió el concepto de alta comedia en nuestro país. Afortunadamente, Rafael Inglada, gran experto picassiano de nuestra ciudad y un exhaustivo explorador de la memoria de la tierra, ha saldado por nosotros la deuda con la intérprete y presentó ayer la biografía de la actriz (con prólogo del gran intérprete Emilio Gutiérrez Caba), para la que ha empleado cinco años de trabajo.

«Como actriz de lo que se ha dado en llamar alta comedia, Rosario Pino tiene un arte sobrio; pero su sobriedad es peculiar por extremada. Su sencillez la lleva a presentarse en escena del modo menos llamativo posible (¡la gente vulgar se lo censura!); su gesto se mueve siempre en un círculo limitado; ni su faz se contrae en exceso, sino que se inmoviliza o se oculta en las situaciones violentas, ni su cuerpo se distienda, ni sus brazos se agitan en alto. Sin embargo, su expresión es variada: con su gesto y dicción rica, obtiene multitud de matices finos, desde los delicados del sentimiento hasta los brillantes de la gracia cómica». Eso lo escribió en 1909 el crítico de teatro del periódico mexicano Actualidades Pedro Henríquez, fascinado por la dicción de la malagueña: «Es la mejor, para la prosa moderna, en la escena española de hoy. Nadie, en la escena española, conversa como ella». De ahí que Jacinto Benavente la llamara «mi intérprete» o que Carmen de Burgos, Colombine -la primera periodista española- le dedicara estas palabras: «Es la más completa de todas las artistas españolas que, por su figura, su elegancia, su modernidad, la exquisita sensibilidad de su espíritu y la profundidad y morenez de su rostro, es, más que una artista, la encarnación real y plástica del genio del teatro moderno».

El teatro

El arte de Rosario Pino viajó por América y Portugal en larguísimas campañas junto al también actor malagueño Emilio Thuiller; hizo también cine con Benito Perojo (La condesa María, Un hombre de suerte), pero lo suyo fue siempre el teatro: «En el cine falta el estímulo directo de la sala. La labor del artista cinematográfico carece de esa emoción fervorosa que nunca le falta al que percibe corpóreamente, sutilmente, los efectos que despierta en el público que le controla. Por eso prefiero el teatro», declaró a La Prensa.

El Ayuntamiento de Málaga celebró un sentido homenaje en su honor en el Teatro Cervantes el día 10 de febrero de 1914, tras la representación de la benaventiana Rosas de otoño; en el tributo fue nombrada hija predilecta de su ciudad natal. Poco después Rosario se retiró, para reaparecer y, finalmente, abandonar definitivamente los escenarios. Cuentan en el portal Historia de Málaga que esta hija de cajista de imprenta que llegó a diva volvió entonces a una vida recogida y humilde: vestía con sencillez, hablaba poco y sonreía a los que la adulaban recordándole sus éxitos pasados, aunque poco a poco su nombre terminó cayendo en el olvido. Murió «por la gangrena de un ántrax», según los periódicos de la época. Ojalá el libro de Rafael Inglada le restituya la gloria.