Hace unas semanas Julio Anaya Cabanding expuso su primera individual en Italia. Antes de la inauguración todas las obras ya habían sido vendidas. Una de las piezas la compró uno de los productores de la oscarizada película, Green Book. «Me envió el número de su tarjeta de crédito y la contraseña para que sacáramos el dinero que quisiéramos por la obra que le gustaba», recuerda aún alucinado el artista malagueño, quien, atención, está «dando cita» para muestras individuales ya para el año 2021. No está nada mal para alguien que se licenció en Bellas Artes el año pasado.

El último año de carrera Julio dio con el concepto que ha terminado definiendo la senda creativa a seguir: la investigación en lo metapictórico, en el cuadro dentro del cuadro, en el trampantojo. Un amigo grafitero le invitó a acompañarle en uno de sus periplos y ahí descubrió que podría aplicar sus intereses en lugares deshabitados, abandonados. Así que ejecutó pequeñas réplicas de cuadros de Vermeer y Monet, entre muchas otras obras y autores icónicos («Los que se suelen identificar con el arte en mayúsculas asociado a grandes instituciones artísticas», dice), les puso un marco dorado y los colgó en zonas insospechadas. «Me gusta la idea romántica de que muchos de estos cuadros probablemente nunca los verá nadie. Quizás un pastor que vaya con sus cabras se encuentre con alguno de ellos... La idea de que se produzca un descubrimiento así me encanta», asegura el creador. El concepto se basa en «el hecho de robar la pintura del museo, robar la imagen y sacarla de la institución y llevarla a un lugar donde nunca se muestra algo así o se puede ver de manera diferente». Y algo más allá: los emplazamientos suelen ser hermosos pero, por inhóspitos, también resultan peligrosos; lo sublime y lo oscuro, se dan la mano. «El espectador, al ver la obra en Instagram, pensaría: Es bonito pero no me gustaría estar ahí...». El propio artista ha tenido algunas experiencias desagradables mientras pintaba en estos lugares: «Más de una vez me encontrado con yonquis que se me acercaban...».

Otro elemento interesante de la obra de Julio Anaya: suele colgar sus cuadros en padres ya ocupadas por grafitis. Lo cual, claro, no les hace mucha gracia a los artistas urbanos: «El otro día vinieron a mi estudio tres coleccionistas internacionales y les llevé en un tour para ver mis obras, y todas seguían allí. Pero sé de muchas otras que han sido pintadas encima o rajadas directamente». ¿Por qué? «Los grafiteros representan un movimiento contracultural y para ellos mi obra es académica. Pero no pasa nada, me encanta ese juego: yo les piso a ellos y ellos me pisan a mí».

Estos días Julio Anaya completa su residencia en el programa de creadores de La Térmica, prepara participaciones en festivales de todo el mundo (su próxima individual, en Amsterdam), atiende a medios internacionales («El otro día me escribieron de Forbes. Tuve que leer el correo dos veces para poder creérmelo») e investiga en nuevos formatos: «Estoy recogiendo soportes de estos lugares abandonados, sobre todo cartones muy viejos, que muestran muy bien el deterioro de estos sitios, manchados, llenos de tierra... Los preparo en el estudio, los desparasito, les aplico solución de látex, hasta que quedan duros y rígidos, y pinto sobre ellos».