Yo intuía que algo no iba bien porque no era normal que mi amigo Stefan permaneciera en su casa de Múnich durante las estaciones de otoño e invierno. Sabía que después de una segunda caída como la que tuvo, él debería dedicar un tiempo a recuperarse, pero habíamos quedado en vernos a su vuelta en Málaga y confiaba en que a no tardar ambos podríamos cumplir con nuestra intención de vernos de nuevo y charlar de mil cosas. Ahora una inoportuna neumonía que le ha sorprendido a la edad de 87 años en una situación de extrema debilidad lo hará ya imposible.

Esos encuentros con Stefan para mí eran muy enriquecedores, y recuerdo la sensación que me recibía ya desde su patio de esculturas, nada más meter el coche en su residencia de Monte Miramar: un mundo personal y extraño pero amable, que me interpelaba desde la mitología y desde el subconsciente con sillones sexuados, minotauros alados y unicornios y bisontes con poderío de bronce y vocación de leyenda.

En un principio nos había unido la fuerte amistad que mantuvo Stefan con el pintor irlandés George Campbell durante los sesenta y setenta. Mi padre, Enrique Pérez Almeda, también fue un amigo muy querido de Campbell, y artísticamente aprendió mucho de los dos. Aquellos años de renovación plástica en que Málaga se dotaba de un nuevo sentido de modernidad tuvo en Stefan a un protagonista decidido, desde experimentos fructíferos como el Taller de Grabado 'El Pesebre' o el 'Colectivo Palmo'.

Después nos unieron otras inquietudes, y tuve la suerte de colaborar con Stefan en exposiciones y tener largas conversaciones sobre música, arte o literatura, o sobre la vida cultural y política en Málaga, en su casa o en la mía, frente a tés con pastas y relojes sin demasiada prisa, o en tranquilos paseos por el Parque del Oeste en medio de sus esculturas y sus anécdotas.

Amabilidad siempre, cierto escepticismo y mucho sarcasmo habitaban siempre las maneras y las palabras de Stefan, un hombre inteligente y cultísimo con el que podíamos practicar en casa varias lenguas cuando su esposa Renate se unía al grupo: el español entre todos, el inglés conmigo y con mis hijas Paula y Elena, y el alemán además con mi hija Paula.

Miro con tristeza las obras de Stefan que tengo por las paredes o los estantes de mi casa. Entre mis favoritas, la pequeña escultura de Dafne o el misterioso grabado 'De profundis' confirman mis sospechas de que alguien en Málaga demostrará haber perdido la cabeza si pretende sumir por más tiempo en un silencio abisal los ecos de la obra personalísima de Stefan. Cuando se inauguró el Museo de Málaga en el edificio de la Aduana la hiriente omisión de Stefan en el apartado dedicado al arte local de vanguardia provocó indignación en mí, pero cuando hablé con él la reacción visible no pasó de un encogimiento de hombros y una ligera sonrisa, mientras todo se fue difuminando y la tarde siguió cayendo por la ladera del monte desde su jardín hasta su querido mar Mediterráneo.

El funeral por Stefan tendrá lugar en julio en su Múnich natal. Esperemos que antes de eso Málaga sepa despedir con dignidad y grandeza a ese excepcional artista que la eligió como destino definitivo hace más de sesenta años. Esperemos que todos estemos a la altura de su talla humana y artística, y que no sea necesario convocar una manifestación de sirenas, delfines, águilas, caracolas y hombres-pájaro que marchen silenciosos por nuestras calles sin poder esconder el doloroso latido en sus corazones de piedra o el surco improvisado por sus lágrimas de mármol.