Soledad Sánchez Parody (Málaga, 1985) acaba de lanzar uno de los discos de la temporada, Porvenir, un trabajo íntimo y político, de futuro y de raíz, entre el techno y el flamenco, entre los cantes populares y la alquimia digital de Arca. Charlamos con la creadora, el alma detrás de un buen puñado de máquinas,

Porvenir es un disco sobre dicotomías, sobre contrastes: raíces y futuro, canción popular y experimentación electrónica, alegría y pesimismo... ¿Qué encuentra en los contrastes?

Fíjate que para mí más que contrastes son encuentros. El futuro se acaba convirtiendo en raíces del próximo futuro, la electrónica puede entenderse ya como una música popular, y alegría y pesimismo conviven perfectamente porque el mundo es duro y es complicado pero también contiene toda la belleza que conocemos. Porvenir incluye todas esas partes. Quizás ése es el riesgo del disco, que no es sólo oscuro pero que sí es oscuro, que no es sólo vitalista pero que sí es vitalista, que tiene melodías fáciles pero también capas de sonidos complejos. Yo he intentado que todos esos elementos fluyan y convivan bien entre ellos, como en la vida.

Hábleme de las letras de Porvenir, inspiradas en coplas y cantes flamencos, en versos populares. ¿Qué buscaba en esas palabras que no podía escribir usted?

Yo siempre ando muy atenta a las letras de las canciones, y en especial a las de los cantes y cantos populares, de siempre me ha fascinado esa mezcla entre alta filosofía y chascarrillos mundanos, esa capacidad absolutamente precisa de describir sentimientos. Cuando estaba empezando a hacer las letras del disco, que siempre lo dejo para lo último, un amigo me prestó el Cancionero de Andalucía de Juan Hidalgo Montoya, un libro editado en los 70, una auténtica joya; recopila un montón de canciones y letrillas, y además tiene una introducción muy andalucista, muy de poner en valor nuestra cultura más allá del souvenir. Quería traer todo eso al disco. Con el paso de los años me voy desprendiendo de la necesidad de contarlo todo a partir del yo... Estaba buscando (y sigo buscando) maneras más colectivas y globales de describir las cosas que me parecen importantes.

Ha contado en varias entrevistas lo importante que es para usted el techno no sólo como música per se sino también como forma de abrirse al baile con una expresión corporal, un abandono de sí mismo del que lo baila... ¿Vive el flamenco también de esa manera tan pasional, con momentos casi de trance?

Mi experiencia del flamenco es muy distinta a la que tengo con el techno, que es una cultura en la que me es paradójicamente más fácil entrar. La electrónica la vivo desde dentro, del flamenco sólo puedo ser espectadora, por desgracia. Pero sí, me emociona de una forma muy parecida. Cuando lo escucho en mi casa, cuando lo canto y lo bailo (que chapurreo un poquito de cante y de baile, a nivel muy amateur, eso sí), y sobre todo al verlo en directo, hay algo que es como si me devolviera una pieza que me falta, algo muy sentimental que no me aflora con ninguna otra arte. Siempre que escucho flamenco en directo se me saltan las lágrimas. Es automático. Eso no me pasa con ninguna otra música.

«El desarraigo es una de las peores cosas que le puede pasar al ser humano individualmente y socialmente», ha dicho y estoy de acuerdo. ¿Cree que estos tiempos favorecen precisamente eso, el desarraigo? ¿Cómo luchar contra él?

Absolutamente. Diría que es uno de los problemas principales de estos tiempos. Un desarraigo a todas las escalas: desde el desarraigo local, que es brutal sobre todo en las grandes ciudades, con los precios de la vivienda y la desregulación de los alquileres, hasta el desarraigo global que parece que sentimos hacia nuestro propio planeta, pasando por la cantidad imposible de gente desplazada a la fuerza de sus países: leí en una noticia que hay 65 millones de personas refugiadas en el mundo. El denominador común de todos estos desarraigos es el capitalismo, que un sistema que se basa en el crecimiento ilimitado sólo puede acabar en desastre, porque nada crece ilimitadamente, y que la única manera de salir de ésta es desmontar ese sistema. ¿Cómo luchar contra eso? Tendríamos que cambiar completamente nuestra forma de entender la vida. Muchos lo intentamos: vivir de forma sostenible, organizarnos, pensar... Pero parece que no es suficiente.

Podría relacionar su música con gente de Andalucía tan interesante como, por ejemplo, Califato, empeñados en una nueva forma de ver y contar nuestra tierra. ¿También se siente parte de una especie de nuevo andalucismo musical, una especie de lucha contra los prejuicios que muchas veces se ha tenido hacia lo del sur desde el centro y el norte? Como escribió usted una vez, «quien cultura de importación consume, cultura de imitación produce»...

¡No me acordaba de que dije eso! Pues sí, es verdad, lo sigo pensando. Justo hace unos meses descubrí Califato, ¡me gusta mucho lo que hacen! Me encantaría conocerlos. Y Soleá Morente, Dellafuente... Y la Mala [Rodríguez], claro, para mí la máxima pionera de estas mezclas. Sí que parece que está habiendo un cierto auge de lo andaluz por lados poco convencionales. Mi gran pena con esto es que yo vivo en Madrid desde hace muchos años y veo estas escenas un poco desde lejos. Pero artísticamente sigo muy conectada con Andalucía, es una raíz que se cuela en todo lo que hago.

¿Cuál es su relación con Málaga, la ciudad y su escena artística?

Mi relación con Málaga es íntima y familiar. Ahí nací y ahí vivían mis nonnos (mis abuelos), que yo siempre digo que son los que me criaron el lado artístico. Mi nonno era un lector empedernido de poesía y novelas y de ahí me viene el gusto por las letras, y mi nonna era pintora. Murió este año justo la semana en que terminé el disco... Málaga es la mejor parte de mi infancia y el sitio al que vuelvo cuando quiero descansar. Tengo poca relación con la escena artística de ahora porque siempre que voy es para estar con la familia y de entre Pedregalejo y El Palo he salido poco, pero toqué hace poco en La Térmica y vi que hay por ahí mucho movimiento. Hace que me apetezca mucho volver y quedarme un rato largo.

Sé que le repatea que la relacionen musicalmente siempre solo con mujeres simplemente por el hecho de ser mujer. A mí, por ejemplo, me parece más cercana a Arca que a Björk, con la que tanto se le ha comparado desde luego.

Tampoco me repatea... O sea, es un honor si alguien me compara con Björk. Y más todavía con doña Arca, que precisamente es un buen ejemplo de cómo el género es sólo lo que queramos que sea. Creo que hay que dejar de segregar a los artistas por sexos (ocurre lo mismo en la otra dirección: la música que hacen los hombres se compara también con la de otros hombres). Estoy a favor de fijarse en la cantidad de mujeres representadas en la música, por ejemplo un programador que no se fije en esto puede caer en la inercia de acabar montando un festival con un 90% de bandas masculinas, porque ellos están hiperrepresentados y siempre te sonarán más sus nombres. Pero a la hora de hablar de la parte creativa no tiene sentido.