Cuando el trabajo entre batuta, intérprete y conjunto fluye engrasado y existe una relación de confianza profesional adquiere todos los mimbres para abonar el éxito y la aclamación del auditorio. Un ejemplo de ello se encuentra en la dirección del israelí Yoav Talmi este pasado abono de la Filarmónica. Su presencia en el podio de la OFM ha venido acompañado siempre por el reconocimiento de los atriles, el público e incluso la crítica. Aún pervive el recuerdo de aquella Quinta sinfonía de D. Shostakovich de dosmil catorce.

Talmi regresaba, en el penúltimo programa de abono este jueves y viernes navegando sobre el repertorio francés, ruso e inglés; los lazos de unión entre el romanticismo galo y el postromanticismo contrastado de Tchaikovsky y Elgar. Más allá de la selección de páginas está la propuesta artística y musicológica que genera el repertorio para los distintos programas.

Para la ocasión el maestro Hernández Silva proponía la evolución del discurso musical del diecinueve desde el romanticismo épico-poemático de Berlioz a la fantasía recreada por Elgar en sus Variaciones sobre un tema original Enigma pasando por el gran concierto de la mano de Tchaikovsky y el violín de Ana María Valderrama.

Inspirado en un poema de Lord Byron la obertura Le Corsaire de Berlioz rompe la tradición de la obertura francesa para contextualizar este particular poema sinfónico. Talmi al frente de la OFM desplegó una dirección confiada y recreada en su emisión buscando sonidos compactos y resaltando el armazón armónico propios de Berlioz unido al inconfundible color orquestal del músico galo.

El director israelí hizo gala de pulso destilando dinámicas contrastadas que apetecían pura recreación. Precisamente esta recreación en lo interpretativo dominó el concierto de principio a fin. El plato fuerte del concierto llegaría de la mano del violín de Ana María Valderrama que entre otras virtudes demostró que una corona carece de valor si no viene acompañada de convicción y seducción del auditorio. Bajo la sencillez de la persona la violinista española atesora a un intérprete deslumbrante, sólida, meditada y exquisitamente honesta.

La versión de Valderrama del Concierto para violín de Tchaikovsky discurrió entre la recreación y la solidez proporcionada por la OFM. Tal es así que al término del allegro de apertura buena parte del auditorio interrumpiría con sus aplausos el desarrollo de la página.

Elgar y sus Variaciones sobre un tema original Enigma cerraban este particular abono cimentado en constantes equilibrios, el valor solista de los atriles y el trabajo como conjunto de resultado convincente.