El periodista Juan Gaitán acaba de publicar la novela Aware en la editorial madrileña Adeshoras, un trabajo que explora la belleza y la carga trágica que hay en lo efímero, una reflexión que le sirve para trazar una narración arriesgada y casi poética en la que habla de la búsqueda de sentido en la vida, el olvido, la muerte del viejo periodismo y de esa Málaga mítica que siempre se ve en sus obras.

¿Por qué explorar la fugacidad de la belleza?

Estaba en el momento. La novela tiene ya algunos años escrita. Un dato que no he dado nunca: empecé a escribirla en 2002. Yo soy de cocinar lento, no tengo ninguna prisa por hacer obras. Pero éste era el momento. Me llegaba la edad. Empiezo a darme cuenta de que esto se ha pasado en un vuelo... Hablo mucho del tiempo en mis obras, el tiempo es capital, y miro atrás y digo: «¿Dónde he metido yo 53 años?». Yo trato de hacer memoria y los recuerdos que yo junto no me dan para 24 horas, qué he hecho con 53 años, no tengo la más remota idea. Y creo que como a mí le pasa a la mayoría de la gente. Entonces, te das cuenta de que esto se ha ido, de que es efímero y esencialmente bello. Y esto es el continente, pero también el contenido. Cada una de las partes del continente son también per se efímeras y bellas. Empecé a indagar sobre ello. Esto ocurre en un momento concreto, empecé los primeros apuntes en 2002, aunque empiezo a escribirla de verdad en 2012. Empiezo a darme cuenta del giro que ha tomado mi profesión, mi oficio, de que ya no va a ser lo que era, de empieza a morirse el periodismo que yo sabía hacer y que me gustaba hacer, y me doy cuenta de que he llegado un poco tarde a todo en mi vida, a la literatura, al periodismo. Habría tenido que nacer treinta años antes, y haber muerto profesionalmente hablando con mi profesión, no haberla visto morir. Yo digo esto con cierta congoja, un nudo en la garganta. A mí la cosa que más me ha gustado en el mundo es hacer periódicos. Lo que más. Y me tuve que refugiar en un gabinete de prensa porque hay que pagar las facturas y mandar a los niños a la universidad. Y no me cuesta trabajo reconocer que allí no soy feliz. Yo era feliz haciendo periódicos. Pero eso se acabó. Unes todo esto, una crisis de edad, aunque quizás sea demasiado grande para llamarla asío; una crisis de edad, una crisis de identidad profesional y ese darte cuenta de que se te ha ido, de que ha sido todo tan breve, con lo hermoso que era. Bueno, y en medio de esa reflexión, aparece el concepto Aware, que a mí me gusta decir con esa aglomeración de vocales, aunque en japonés lleva una doble acentuación muy compleja para los hispanohablantes, aparece ese concepto, la belleza y la tragedia de lo efímero.

Sus personajes siempre están buscándose. ¿Entiende la vida como una búsqueda?

Uno está muerto el día que ya no tiene curiosidad con la vida y la curiosidad implica buscar.

¿Puede haber una vida plena sin saber de dónde proviene uno o es la búsqueda la que da sentido per se a la vida?

La búsqueda da sentido a la vida. En el caso de este personaje [Nelson] es una búsqueda obsesiva, pero creo que uno podría ser feliz sin saber de dónde arranca, porque hay arranques que uno quiere olvidar. En una de las obras cumbre de nuestra literatura, El buscón Don Pablos, de mi adorado Quevedo, se hablaba del origen infamante. Ese origen es una de las premisas de la novela picaresca, que es un invento español. Y que también tiene una de las obra cumbre, El Lazarillo de Tormes. Los orígenes infamantes, lo que trata el pícaro durante todo el tiempo, y aquí sumamos a Guzmán Alfarache, toda la novela picaresca tiene una serie de premisas y una de ellas es olvidar el origen, porque es infamante. Muchos personajes de la literatura han tratado de olvidar su origen y el mío es tratar de encontrarlo.

Hay dos figuras literarias que han formado parte de su vida y que se reconocen en sus personales: uno es Strada, trasunto de Rafael Pérez Estrada; y otro es Moe, que parece Manuel Alcántara...

Hay tres niveles, sí. Lo que pasa es que las personalidades de estas personas que fueron reales están mezcladas. Hay mucho de Manolo Alcántara en Jota pero también hay mucho en Strada. Pero en ese Strada se mezclan otras personas: hay toques de César González Ruano, hay toques de Rafael Pérez Estrada, le tomo el apellido, aunque lo italianizo con esa ese líquida.

Hay un homenaje precioso al viejo articulismo...

Claro, a esa línea que viene de César, pasa por Manolo y modestamente creo que llega a mí. Yo me siento deudor de Manuel Alcántara, y Manuel Alcántara, de César. Esa línea. Pero yo no soy Moe. Se parece mucho a la generación inmediatamente anterior a mí. La que a mí me enseñó el oficio: Manolo Díez de los Ríos, al que aún me cuesta mucho trabajo nombrar sin que aparezca la emoción, se parece mucho a Luiso Torres, esos periodistas que tenían 15 ó 20 años más que yo, que cuando yo llego a la redacción ya saben muy bien de qué va esto y me lo enseñan.

Me ha gustado mucho la Málaga mítica que hay en el trasfondo de sus obras. Esa ciudad, como usted dice, «en la que volaban las palomas y el azul era absoluto»...

Me acuerdo de una frase de Borges: «Yo también nací en una ciudad que también se llamaba Buenos Aires». La ciudad donde yo nací no es la ciudad en la que yo vivo ahora. La ciudad que yo sueño, que forma parte de mi territorio íntimo, se parece mucho y también se llama Málaga, pero no es igual. Yo nací en una ciudad donde había un cine que era el Málaga Cinema, una cafetería que era la Cosmopolita, que no existe, donde se sentaba un inmenso escritor olvidado, Ángel Quiroga; se sentaba todas las tardes en uno de los veladores a escribir a mano una obra inmensa. Toda esa ciudad ya no existe. Ésta es una ciudad muy canalla, dura de vivir. Es muy difícil que un padre pueda llevar a su hijo a los sitios donde le llevó a él su padre. Porque todo se hace y deshace constantemente. Una cosa puesta encima de la otra. Cuando derribaron el edificio del viejo Ateneo, en la Plaza del Obispo, había ocho casas por debajo. Ocho niveles habían construido a lo largo del tiempo, de los tres mil años de historia que tiene esta maldita ciudad. La ciudad que yo sueño, que me habita, se llama como ésta pero no es exactamente igual.