Detrás del estruendoso portazo de Fernando Francés a la Junta de Andalucía (no, no ha sido una despedida a la francesa), está el asunto quizás más viejo de los muchos relacionados con la gestión política: el difícil, tenso diálogo entre la cosa pública y la cosa privada. Dice Francés que abandona el servicio político "quemado", y teclea en su carta de adiós un bofetón al sistema del que nos hemos dotado: «A la gestión de lo público le iría mucho mejor si se le aplicasen modelos sin prejuicio alguno, de la experiencia civil y privada, en la que aspectos como oportunidad política no se tienen en cuenta porque lo importante es conseguir los objetivos para que el ciudadano pueda disfrutar de servicios públicos óptimos y en el menor tiempo posible».

No falla: si un empresario dice que a lo público le iría mucho mejor si se manejara como se maneja lo privado es que realmente no tiene idea de lo que significa de verdad lo público, una esfera en la que los criterios de rentabilidad, eficiencia y optimización se rigen a partir de lo social, no lo numérico. Y, sí, la burocracia ralentiza, pero es la mejor manera conocida de garantizar mínimamente el uso supervisado de los recursos. Básicamente, un ayuntamiento, un gobierno autonómico o uno nacional no se puede dirigir como si fuera una empresa porque no, no son una empresa. Por cierto, ese "sin prejuicio alguno", tan habitual de un tiempo a esta parte en los discursos y entrevistas de políticas de derechas y superderechas, me provoca un cierto escalofrío.

Los pasillos y los privados de las redes sociales insinúan o, directamente, aseguran que lo de Fernando Francés no ha sido tal cese voluntario sino, más bien, una invitación de la propia Junta a que abandonara su cargo tras hartarse de que el exdirector del CAC Málaga hiciera y deshiciera sin consultas previas a sus superiores en el organigrama. Demasiados años en el timón absoluto de la pinacoteca, poco regulada por un Ayuntamiento que hablaba en francés (por lo de 'laissez faire'), le acostumbraron a no dar excesivas cuentas de sus asuntos.

Tienen sentido ahora las palabras de hace un par de semanas del vicepresidente del Gobierno andaluz, Juan Marín, cuando avisaba de que habría más ceses; como también su tibia defensa de Francés al ser cuestionado en este periódico por Cristóbal Montilla, en una entrevista: "El hecho de que cualquier persona que está al frente de una institución, en este caso Museos, tenga cuestiones pendientes con la justicia, no le hace ningún favor a todas estas instituciones, más allá de lo que luego resuelvan los tribunales con lo cual tengo que ser absolutamente respetuoso y acatar esa decisión". No suena muy numantino, desde luego.

Insisto: Fernando Francés, pese a lo que él creía, no tenía demasiado que hacer en un trabajo relacionado con el servicio público. Pongo un ejemplo: hace un tiempo, alguien de esta casa se enteró en la redacción, un domingo, de que iba a realizarse una exposición de tal artista en el CAC Málaga. El reportero, acto seguido, llamó al teléfono móvil de Fernando Francés para corroborar el chivatazo; la respuesta de Francés fue airadísima: le reprochó que se le llamara en su descanso, ¡en un domingo! Es un ejemplo pequeño pero muy revelador, creo, de lo que este hombre entiende por el servicio público (no hablo de sacrificio, ni mucho menos, pero sí de cierta sensibilidad).

Y otro... A propósito de la huelga general del 14 de noviembre del 2012, Francés tuiteó: "Todos/as los/as HP que andan sueltos harán huelga y al menos por un día dejarán de joder a los demás". Suponemos que no se refería a usuarios de artefactos de Hewlett Packard ni a fans de Lovecraft. Siete años después, cuando nos enteramos de que el autor de esta frase iba a ser el número tres de la cultura en Andalucía, bastantes pensamos que era difícil encontrar a alguien con menos tacto y mano izquierda, cualidades básicas en esto de la política).

La acusación de Marina Vargas de agresión verbal y física por parte de Francés, que algunos observadores y periodistas driblaron en la esfera pública, ha podido terminar teniendo más peso del esperado. La denuncia ha sido admitida a trámite, el cántabro tendrá que sentarse en el banquillo en octubre y, en mi opinión, ha resultado la gota que rebosa la paciencia de la administración andaluza, que no puede permitirse tener en su pirámite a un altísimo cargo sospechoso de un asunto tan socialmente gravoso como un supuesto tortazo a una mujer. Cosas también especiales, singulares de la dimensión pública ya dirimidas por los romanos.

Podríamos seguir escribiendo peripecias, opiniones y rumores más o menos fundados sobre Fernando Francés hasta el infinito, porque hablamos de un personaje fascinante en medio de la grisura habitual del departamento de nombres propios de la gestión cultural. Pantagruélico, obsesivo, deslenguado, egotista y vanidoso (dice que se va de la Junta habiendo logrado en cuatro meses la tarea que se le había asignado), su forma de ser y de ver las cosas no tiene demasiada cabida en la esfera pública. Nunca la ha tenido. Lástima que tardara esos cuatro meses en darse cuenta. Su mundo es otro, y ojalá, cuando quiera y pueda, vuelva a él.

Nos queda contemplar el paisaje tras esta batalla. El CAC Málaga, cerrado todavía vergonzosamente por la inoperancia de una institución, el Ayuntamiento, acostumbrado a no supervisar exhaustivamente, a dejar hacer. Hasta el puente de la zona está en obras, resquebrajado. Fulminados dos altos cargos de la Junta, el director del Centro Andaluz de la Fotografía, Rafael Doctor, y el director del Centro Andaluz de las Letras, Juan José Téllez, en una supuesta "purga ideológica" (Doctor dixit), y que, claro, exigirán ante los tribunales la pasta por el despido extemporáneo. El caso Invader, por dilucidar. Una declaración por agresión física leve ante el juez en octubre... Vaya cuadro, Fernando.