Sevilla, barrio de las Tres Mil Viviendas, principios de los 90. Mientras el resto de niños empapelan su habitación con fotos de Maradona o de Davor Suker, sobre su cama cuelga un cartel de la bailarina María de Ávila, símbolo del Ballet Nacional Español. Para Rubén Olmo (Sevilla, 1980) la danza siempre ha sido su pasión.

¿Ilusionado ante esta nueva etapa?

Sí. Todo ha ido con un paso tan natural que realmente creo que llego con la madurez suficiente como para poder sobrellevar este peso.

¿A partir de ahora prevé compaginar su nuevo cargo con la dirección de su compañía?

Aparte de tener firmada la exclusividad con el Ballet Nacional, no es compatible. Este ballet es una gran masa de hierro y hay que estar muy alerta para que siempre esté vivo, tener a todos los bailarines y a los creadores trabajando ilusionados y con muchas ganas, y eso requiere dedicación plena.

¿Qué hacía cuando le comunicaron su nombramiento?

Estaba sobre los escenarios con distintos proyectos, pero lo recibí con mucha alegría, porque aunque uno se presenta con la ambición de ser el elegido, siempre es consciente de que hay otros compañeros que también tienen muchas posibilidades.

¿Contárselo a sus padres fue lo más emocionante?

Sí, firmé un contrato de confidencialidad y no se lo podía decir a nadie, así que se enteraron en el mismo momento del nombramiento oficial en La Zarzuela, porlo que fue todavía más emocionante. Recuerdo que cuando a mi madre se lo contaron los profesores del Conservatorio de Música donde trabaja como conserje se puso a llorar de la alegría.

Agradece siempre el apoyo de su familia, que puso todo su empeño en que pudiese recibir la mejor formación.

Sí, ellos siempre me han apoyado y han apostado por mí. Logré ingresar en el Conservatorio de Sevilla con 9 años y me titulé en la carrera de Danza Española y en la de Danza Clásica. Son unos estudios en los que se necesita mucha economía, así que desde los 14 años trabajé en distintas compañías y pisé los tablaos flamencos para tirar «p'alante». Además, en casa me ayudaron. Mi madre era ama de casa, pero tuvo que fregar muchas escaleras, porque con el sueldo de carpintero de mi padre podíamos vivir, pero no pagar una carrera de bailarín.

¿Le ha dado algún consejo su predecesor, Antonio Najarro?

Muchos, porque tanto su salida como mi entrada han sido de la mano. Somos compañeros y amigos desde hace muchísimos años y recibió con mucho cariño e ilusión que fuese yo el nuevo director. Hemos hablado mucho de la situación del ballet y le escucho con mucho respeto, pues son ocho años en el cargo.

Se convierte en el segundo sevillano al frente de la compañía nacional, tras Antonio Ruiz Soler en 1980. Parece que estaba predestinado...

Sí (risas). Además de la coincidencia con Antonio, que era sevillano y entró justo el año en el que yo nací, rompo con que todos los directores se llamen Antonio: Antonio Gades, Antonio Ruiz Soler, José Antonio, Antonio Najarro...

¿Sevilla y Andalucía en general tienen un color especial para la danza y el flamenco?

Sí, es verdad que aquí das una patada a una piedra y sale un artista. Hay mucha tradición y muchas escuelas de danza española y flamenco. El baile es algo que se trabaja mucho y gusta.

¿Cuándo apareció en usted el duende?

Con dos añitos en una velada de baile. Tuve la suerte de que mi madre lo vio y con cuatro años me llevó a una academia.

¿Cómo un niño de las Tres Mil Viviendas termina siendo director del Ballet Nacional de España?

Nunca imaginé que mi sueño se hiciese realidad. Desde pequeño soñaba con el Ballet Nacional. Sigue estando sobre el cabecero de la cama ese cartel inmenso de María de Ávila, símbolo histórico del ballet, que para mí es una grande.

¿Fue una manera de escapar de su entorno?

No tengo malos recuerdos del barrio, mi infancia en las Tres Mil fue feliz. Entonces no era tan inseguro y yo no era un niño que jugara en la calle porque después de la escuela me iba a la academia.

Otro momento especial en su carrera es cuando recibió el Premio Nacional de Danza en 2015. ¿Dónde lo guarda?

En un cajoncito. Es uno de los premios más importantes que hay, junto con el de las Bellas Artes, y te emocionas porque abarca todas las disciplinas de baile.

¿Lo colgará en su despacho?

No creo, porque lo sacaré cuando sea mi retirada y esté en mi casa, tranquilo, con mis cosas y mis recuerdos...

Ha demostrado ser capaz de seguir un ritmo frenético este año.

Sí, ha sido completito (risas). No he tenido fines de semana ni nada, todo ha sido trabajar y trabajar... pero muy contento.