Lo normal es que un espectador se dé cuenta desde el mismo principio de una serie, ya en su escena inaugural, de qué palo va a ir la cosa. Y 'Toy Boy' naufraga desde el principio, con esa celebración de un divorcio repleta de figurantes sobreestimuladas: está grabada en el Opium de Marbella pero me dicen que se hizo en un estudio, delante de uno de esos cromas verdes que sirven para la informacion meteorológica como una saga intergaláctica, y la verdad es que me lo creo; tal es el grado de acartonamiento, de falsedad absoluta que transmitió el primer capítulo de la ficción ideada por César Benítez, Juan Carlos Cueto y Rocío Martínez, rodada íntegramente y a lo largo de varios meses en la Costa del Sol.

'Toy Boy' huele y sabe a serie española antigüita, pero con cierta ínfula, con apariencia de calité, con cabeceras muy trabajadas, o saqueadas del libro de estilo de las intros de Netflix o HBO, y un trabajo fotográfico que cree que lograr apariencia de cine, de 35 mm, es usar muchos colores y planos generales para dejar ver la pasta invertida en las localizaciones y decorados. Por mucho envoltorio finolis que le pongan, la apuesta de Antena 3 es una ficción vulgar, desprovista de cualquier carisma y magnetismo y, lo peor, bastante aburrida, renqueante por momentos en el desarrollo de su trama. Por cierto, qué lástima que 'Toy Boy' se tome tan en serio (en realidad, ya todas las series parecen tomarse demasiado en serio a sí mismas), porque hay material para el descacharre y el cachondeo.

Es un producto de plástico, con escenas de sexo pretendidamente atrevidas pero sin sabor ni olor, con unos diálogos de telenovela y una realización (sí, 'realización', que aquí todo el mundo se pone muy estupendo y se cree director) plana, sin ambición. Destacan en el desastre las interpretaciones de dos de los vértices de su triángulo protagonista, pero no para bien: los bíceps del exfutbolista malagueño Jesús Mosquera tienen mayor capacidad expresiva que las facciones de su cara (la mejor definición posible de su actuación me la brinda un compañero: "Está haciendo de Jesús Castro"; ya saben: mucho morro marcado y mirada de falsa intensidad) y María Pedraza está convencida de que puede hacernos olvidarla como la alumna con VIH de la traviesa 'Élite' poniéndose unas gafas. Menos mal que junto a estas 'castañas' a Cristina Castaño, con el oficio, encanto y atractivo suficientes para disuadirnos de apagar el televisor, y a Pedro Casablanc, ajustado y vivo como un arquetípico detective. 'Vivo', resalto, porque el resto de 'Toy Boy' parece no existir de tan a mentira que suena. Y es que justamente ésta es la televisión que debe superar la televisión si tanto quiere ser considerada una disciplina artística con sus propios códigos y lenguajes, sin complejos de inferioridad.