Tras el éxito del Fidelio que abrió, a primeros de noviembre, la Temporada Lírica del Teatro Cervantes, la Filarmónica de Málaga, bajo la batuta de su titular, Manuel Hernández Silva, retomaba los programas de abono con la Obertura Leonora III que precede la escena final de la gran heroína beethoveniana de su única y no menos tortuosa ópera. Programa en modo retrospectiva que vuelve la mirada justo en el punto de inflexión en la obra del genio de Bonn testimoniado en la desgarradora Carta de Heilligenstadt.

Desde la apariencia de concierto clásico -obertura, concierto y sinfonía- Hernández Silva planteaba al auditorio tres retratos que conforman la personalidad y genio del artista, sobre todo reafirmando el componente clásico (construido bajo la atenta mirada de Haydn y Mozart) presente en el pulso mantenido desde podio durante todo el programa. Teoría de exquisito hilado que tuvo entre los atriles de la orquesta amplio calado reflejado en las modulaciones controladas, la importancia de los diálogos entre secciones y el tratamiento del conjunto como si de pigmentos se tratasen; sin duda alguna, elementos definitorios para entender el romanticismo musical posterior a Beethoven.

Si Leonora III fue todo un ejemplo de ejercicio orquestal, bien definida, cincelada entre cuerdas y vientos y tensionada hasta la coda conclusiva, la exposición de Daniel del Pino al piano para el Concierto Nº1 reivindicaba al Beethoven pianista que desde presupuestos clásicos construye ideas propias. Tras la extensa introducción orquestal, pianista y batuta establecerían uno de los más interesantes diálogos que se ha podido apreciar en mucho tiempo y que se extendería hasta el allegro molto conclusivo no sin antes discurrir por el lírico y casi eterno largo central que justificaba el centelleante rondó de cierre donde el gusto compitió con el virtuosismo.

Cuatro movimientos componen el segundo trabajo sinfónico que serviría para cerrar el tríptico sonoro de este último abono de la OFM. Los profesores de la primera orquesta esbozarón en el allegro de apertura un clima oscuro e indeciso aunque también íntimo que encontraría en el larghetto momento para la calma y excusa para la distensión que describió el scherzo para concluir con el rondó vital y vigoroso.