Cuando abrió sus puertas allá por el verano de 2012, La Cochera Cabaret se empeñó en apuntalar un habitat cultural tan diferente que en su fachada mantuvo intacta buena parte de la estética y la cartelería del taller de reparación de coches al que el local había servido como sede. Tanto entonces como ahora mismo, en su interior con hechuras de garaje es posible arreglar averías -en este caso del motor del alma o de las hipotéticas bujías del corazón o de la mente- y asistir a reparaciones que, en algunos casos, subsanan ciertos desperfectos en la tan cacareada oferta cultural de Málaga.

Sirve como ejemplo, sin ir más lejos, el ciclo 'Versos y Jipíos' que está aderezando los miércoles de este mes con una necesaria y emocionante comunión entre flamenco y poesía. Con una alquimia escrita en la voz, las cuerdas de una guitarra y las palmas como la que derrochó, en su entrega de este miércoles, el viaje por la poesía de Gustavo Adolfo Becquer que emprendió uno de los cantaores cumbres del panorama nacional, el lebrijano José Valencia, acompañado en la guitarra por Juan Requena y en la percusión por Manuel Valencia.

En Málaga, los tres ejercieron como embajadores de un proyecto que zarandea al poeta romántico sevillano desde la certeza de que "Becquer es muy cantable" y la incomprensión de que "hasta ahora el flamenco y la música en general no le hayan dado un tratamiento así a su obra", según confesaba José Valencia poco antes de la actuación en el luminoso refugio del camerino. Inmerso en ese ritual previo sin el que no se entiende todo lo demás. En esa 'oración' de antesala que -al igual que pueda suceder en mundos como el taurino, donde probablemente sí se ha mostrado más este entresijo- en la cena con los duendes que traza una velada flamenca sigue conservando, por fortuna, un innegociable corte secreto. Un aura íntimo que, si se escruta como un voyeur de rendijas, llega a mostrar a José Valencia estrellando sus nudillos contra la madera antes de difuminarse en la penumbra del escenario. Y, entonces, su voz marida con el poder que tienen las manos de su hermano Manuel y con una guitarra fiel a los grandes del cante y el baile como la de Juan Requena, eslabón imprescindible en una estirpe de músicos malagueños.

Juan Valencia empieza con contundencia -por seguiriyas- y, entre bambalinas, la quietud de la mirada de su tío Antonio Vargas -que presume con orgullo de haberlo visto nacer y ahora lo lleva al volante cuando anhelan el flamenco por las carreteras de la tarde y la madrugada- refleja que esta es una de esas citas en las que "la arma". De repente, más Bécquer. El poeta y el cantaor se conjuran para proclamar "qué solitos se quedan los muertos" o le cantan al cielo y "a las nubes del ancho espejo" de este calendario lluvioso, hasta que un paréntesis salta a la poesía gitana que llevaba en sus pinceles Eugenio Chicano. Homenaje al pintor de los flamencos y vuelta a Bécquer. Poesía que sobrevuela hasta que vuelven las oscuras golondrinas y tanta belleza le cura, por unos instantes, un antiguo catarro al mítico bailaor Carrete, fiel seguidor desde el patio de butacas de un ciclo que también ha sabido congregar a ciertos estratos de la cultura que no suelen arrimarse a la lumbre del flamenco. Al fuego que ilustra otro milagro de la música en un garaje cada vez que se apaga este abrazo entre lo jondo y la poesía y en la calle se encienden como un peligro hermoso los candiles de la noche.

Una antología edificante

Al divisarla en su conjunto, la propuesta que durante los cuatro miércoles de noviembre está desplegando el ciclo 'Versos y jipíos' cubre con infinita solvencia el vacío que dejó la actividad 'Flamenco y poesía', que solía programar la Diputación de Málaga implicando al Centro del 27. No obstante, la comparación no se antoja justa ni quizás completamente apropiada. Lo que está sucediendo en la atmósfera de La Cochera Cabaret debe abordarse como una fórmula distinta, fresca, valiente y heterogénea que, además, reta a una dificultad añadida porque, de salida, no ha sido promovida bajo el paraguas del dinero público. Las veladas que están abarrotando cada noche el aforo de 250 butacas en la sala de la avenida de Los Guindos parte de una apuesta al alimón entre el productor Andrés Varea y el actor protagonista de la serie 'Malaka', Salva Reina, movidos por una complicidad que brotó en la infancia de ambos y encuentra en el periodista Francis Mármol, cicerone de cada sesión, apoyo literario e intelectual.

Con una vocación de continuidad que no se cierra a otros formatos y espacios, el arte jondo está invocando a una serie de poetas y se van sumando a una edificante antología de instantes, que abrió su primera página en los albores del presente mes con un cartel capitaneado por el incombustible Vicente Soto 'Sordera'. El maestro jerezano cantó, ni más ni menos, que a Fernando Pessoa, Antonio Machado y Luis Cernuda para hacerlos confluir y convivir en la sentida inercia de un recital que propagó las señas de identidad del ciclo. Luego, un miércoles después, Angelita Montoya se puso al frente de un espectáculo que le echó con éxito un pulso al olvido y rescató a poetisas del 27 y obras de posguerra ciertamente desconocidas a través de los legados de Zenobia Camprubí, Ana María Martínez Sagi, Josefina Pardo de Figueroa, Casilda de Antón del Olmet, Gloria de la Prada y Cristina de Arteaga. Y, ahora, tras el aclamado trance becqueriano de José Valencia y Juan Requena le tocará el turno a un epílogo que se ha encomendado, el próximo miércoles 27 a las 21.00 horas, a la voz contemporánea de Sandra Carrasco para surcar la patria escrita de juglares tremendamente eternos y modernos como siguen siendo, tras cada día que les expide el certificado de hijos de la inmortalidad, Federico García Lorca o Leonard Cohen.