¿Cómo llega a alguien como Mijail Tal y qué le lleva a contar sus peripecias, de manera más o menos indirecta, en El mago de Riga?

Llego a Mijail Tal un día de verano de hace muchos años en el que leyendo la prensa me topo, en una serie sobre mitos del deporte, con un reportaje sobre su vida. Me fascinó: campeón jovencísimo del mundo, cosmopolita, mujeriego, morfinómano, inteligentísimo, con un ataque prodigioso y con varios dedos menos de una mano. Fue idolatrado en el orbe soviético, su entierro en el 92 fue multitudinario y se midió a todos los grandes y visitó bastantes veces España. En Torremolinos, y sale en la novela, vivió una curiosa peripecia. Decidí que en su vida tenía una novela. Más que nada porque no encontré mucha información sobre él fuera de los círculos ajedrecísticos especializados. Y eso es la novela, la atolondrada peripecia de un escritor aquí y allá buscando la pista de Mijail Tal. Y la vida de éste. No pasa nada si no entiendes nada de ajedrez, es lo de menos, es una excusa.

Buceando en la vida y milagros de Tal he encontrado esta frase: «Al igual que la imaginación puede verse avivada por la sonrisa de una chica, lo mismo ocurre con las posibilidades que ofrece el ajedrez». ¿Está de acuerdo? Por cierto, no le he preguntado si juega al ajedrez...

No juego al ajedrez. Jugué de adolescente. Pero ahora no le ganaría a nadie. No tengo un espíritu muy competitivo ni me gusta demasiado el enfrentamiento. Esa frase de Tal es igual de sugerente que otras muchas que tiene como hombre cultivado que fue. Y sí, el ajedrez abre unas innumerables posibilidades para quien tiene imaginación, espíritu de atacante. Y ganas de batalla, claro.

El mago de Riga también es la historia de un escritor en plena zozobra vital y creativa en busca de un personaje. ¿Tienen algo en común el ajedrez y la escritura? Me da a mí que en esto de escribir es más difícil firmar tablas con uno mismo...

Puede haber similitudes entre enfrentar el comienzo de una partida y un folio en blanco. Pero el primero es un combate contra otro (aunque hay mucho vicio solitario) y el de la escritura es, en su proceso, combate con uno mismo. Dudas. De eso hay mucho en la novela. Con humor: las peripecias del escribidor a la hora de meter cosas o no en la novela. Algunos días uno es juez severo de sí mismo y otros un anarquista laxo poco exigente. Eso hasta que publicas, entonces el juez es el lector. Yo iba perdiendo la partida vital conmigo mismo, por esa pregunta dentro, lacerándome siempre, cada vez sonando más fuerte con el paso de los años: «¿Pero tú no ibas a ser escritor?». Ahora, con esta historia lo soy un poco. Bueno o malo, no sé. Vamos, que firmo tablas, sí.

Pululan por El mago de Riga otros genios del ajedrez más o menos olvidados como Arturo Pomar. ¿Qué tiene el ajedrez que es terreno tan fecundo para este tipo de personajes de vidas complicadas, entre lo genial y lo raro?

Arturo Pomar es delicioso como personaje, un poco la Marisol del ajedrez. Salía mucho en el NoDo. El franquismo lo exhibía. Los grandes maestros soviéticos decían de él que si hubiera vivido en Rusia habría sido el más grande ajedrecista de todos los tiempos. Acabó de cartero en Ciempozuelos, rogando de cuando en cuando días libres si lo reclamaban para algún torneo en el extranjero. También Román Torán. Fueron famosísimos, casi tanto como ahora serían algunas estrellas de fútbol. Gente a fuer de inteligente un poco rara, pero entrañable. Genios. Personas con una capacidad de concentración e introspección inverosímil pero que sin embargo eran muy exhibidas. Todas sus rarezas a la vista. Cuento un poco sus vidas, ficcionadas, esto es todo ficción, debe quedar claro, aunque tenga una base real. Y si hablamos de vidas complicadas, no te digo nada de algunos que, por decirlo de forma fresca, tuvieron ideas de bombero o siniestras y que salen en la novela.

¿Y qué tiene el ajedrez para inspirar también a los escritores? Así, a bote pronto, me viene a la cabeza la gran Novela de ajedrez, de Stefan Zweig.

Cito esa obra en El mago de Riga. Es espectacular, por cierto. También nombro otras novelas y libros de ajedrez. El ajedrez ha inspirado mucho pero a mi juicio no tanto como debiera. Aunque también creo que faltan novelas (las hay muy buenas) sobre fútbol, por ejemplo.

No es una novela larga, monumental, pero sí es un texto de largo recorrido, que contrasta con sus recientes aventuras literarias, dedicadas al formato más breve y a esas distancias cortas en las que dice sentirse «muy cómodo». ¿Qué tal ha sentado la experiencia como mediofondista? ¿Ha llegado con la lengua fuera a la meta?

Escribir una novela es lo más complicado del mundo si uno es indisciplinado y disperso, con múltiples aficiones, intereses y ocupaciones. Es mi caso. Tengo decenas de comienzos de novela. Algún día podría editarlas como fricada. La novela exige meterte a fondo, obsesionarte, dedicarle mucho tiempo. Pero compensa. El otro día me decía un compañero: «Escritores hay muchos pero gente que termina algo no hay tantos».

¿El admirador del De Loma columnista se sentirá en terreno familiar con el Loma novelista, o son facetas estancas?

En terreno familiar. Para bien o para mal soy siempre el mismo. Un raro con afición a no tomarse en serio, a no ponerse solemne y a mirar la vida con humor e ironía. En la novela hay trozos que podrían ser una columna independiente para un periódico. Hay frases que podría meter en un libro de aforismos. Y hay surrealismo, escenas disparatadas en el mejor sentido del término. He pretendido entretener, que el lector, como en las columnas, sonría, sea cómplice.