Hay muchos libros sobre cine, escritos por actores y actores, directores y directoras, críticos y críticas; quizás no se publiquen tanto sobre aficionados, simples espectadores que relatan sus pasiones y odios cinéfilos, que comparten sus gustos y sus disgustos con otros curiosos cinéfilos. El abogado malagueño Carlos Font ha escrito uno, Tres o cuatro cosas que sé de cine (zut, 2019), y lo presentó ayer en la Escuela de Fotografía Apertura.

El volumen tiene un curioso origen: la cuenta de Instagram que se hizo Font para vigilar las peripecias de sus hijos de la red social; poco a poco, investigando, curioseando, empezó a nutrir su espacio virtual con fotos, comentarios, opiniones y todo tipo de posts sobre las películas de su vida. Y de ahí, a un manuscrito que jamás pensó que iba a escribir pero que funciona a las mil maravillas como las confesiones de un cinéfilo que sabe contagiar sus emociones y sus disensiones, que se explica a la perfección y que tiene pareceres controvertidos; por ejemplo, en su texto sobre Pedro Almodóvar: «Se dice que es un director de actrices, pero lo que no se dice es que es un director de mujeres histéricas, protestonas e inútiles. No me gusta la imagen que da de ellas. ¿Es que no hay una mujer que piense en sus películas?». O señala que La guerra de las galaxias es «una patochada». O que Amenábar suele dejarle «frío». El escritor Juan Bonilla resume con acierto que las de Carlos Font «son opiniones contundentes que se expresan sin embargo con cierto titubeo o sinceridad de taberna".

Omnívoro (en estas páginas se pasean desde Russ Meyer hasta Yasujiro Ozu: difícil encontrar dos autores tan diferentes entre sí) y generoso (el libro incluye numerosas confesiones personales, que permiten conocer al autor en esferas personales), Carlos Font consigue algo meritorio: entablar una conversación llana con el lector, sin elitismos ni ganas de epatar, gracias a un tono coloquial, siempre atento a la sonrisa y con bastante picardía. «Aspiro a que quien lea el libro no tenga que ser necesariamente una persona cinéfila, ni siquiera intelectual -¡Dios mío, cuánto papanatas bajo ese calificativo!-; yo he querido ser ameno», escribe en la introducción de un libro que, asegura, funciona paralelamente como «un muestrario de ráfagas sentimentales». Las de un apasionado por el cine y sus máscaras, por ese «juguetecito mecánico que con habilidad engaña a la propia realidad».