La mayoría de las veces esto de la cultura es más mentira que otra cosa: detrás de las noticias sobre premios recibidos, obras de teatro estrenadas, exposiciones inauguradas e historias similares hay un fondo feo, cutre, de una precariedad insondable. Escribo esto horas después de enterarme de que un agente cultural de nuestra provincia ha decidido tirar la toalla.

Lo anunció él mismo en su cuenta de Facebook (omitiré su nombre: el protagonista no quiere panegíricos ni homenajes 'póstumos'; en cualquier caso, dejaré pistas para el realmente interesado en estos asuntos sepa de quien se trata o pueda rastrearlo), en un post de despedida transparente, que resume mucho de lo que está mal. Cito: "Detrás de cada meneíllo hay una historia y, después de esta revisión, mi historia más repetida en estos 10 años es la de la precariedad (...). Partiendo de la base de que estoy solo frente a este trabajo (no tengo respaldo familiar ni de socios) y que no soy una persona altamente consumista, he podido mantenerme con cierta dignidad por este camino. Pero la dignidad desde hace meses ya no lo es y se mezcla con la sensación de fracaso, hartazgo y neurosis debido a la rapidez, la urgencia y la precariedad económica de la mayoría de los proyectos que acometo. Incluso aquellos que desde fuera lucen como un gran éxito os aseguro que no lo son tanto".

Este hombre dibuja, actúa, comunica, enseña, diseña páginas web, ha desempeñado labores culturales de todo tipo y para instituciones y particulares; o sea, que sabe de lo que está hablando. Se dio a sí mismo un plazo de diez años para poder medrar en esto de la creatividad (jamás ha pretendido ganar mucha pasta: conozco bien a este señor y les aseguro que hay pocos seres tan 'frugales' como él), pero el tiempo ha finalizado sin que ahora mismo el horizonte se presente con relativa certidumbre. Así que lo deja.

Málaga tiene desde hoy uno menos de esos culetes inquietos que siempre van de aquí para allá para que la vida nos resulte un tanto menos aburrida. Y no pasará nada: la ciudad seguirá marchando a su ritmo y este hombre, seguro, encontrará una senda satisfactoria a su vida. Y detrás de él habrá más valientes o incautos (elija usted) que se lanzarán a la aventura de intentar vivir de sus inquietudes en esta factoría inagotable de ilusiones y decepciones que llamamos cultura.

"No pienso echarle la culpa al mundo o que piense que nadie entiende mi trabajo, ni mucho menos. He asumido que la situación es complicada para todos y siempre he intentado ayudar y colaborar en todo lo que he podido para que la situación mejore. He sido crítico y he trabajado para mejorar las cosas y mejorarme. Pero no puedo ayudar si yo mismo no disfruto de unas condiciones óptimas mínimas de vida", asegura mi amigo (sí, lo es, pero créanme que su cercanía no es el motivo de este artículo) Y tiene razón. El arte y la creatividad buenas no deben venir de una posición personal que carezca de la mínima dignidad.

Cierto, no todo el mundo debe poder vivir de su pasión, en la cultura hay procesos de selección (si acaso otro día hablamos de ellos), es un embudo que deja fuera a muchos creativos. Pero no deja de ser triste leer un comunicado como el de este señor, en primerísima persona, que nos refiere el momento exacto en el que una vocación se convierte en un hobby.

Y ya está. Era sólo esto lo que quería decir. Me pregunto si una historia como ésta es carne de un medio de comunicación pero quizás a veces lo más conveniente sea reflejar una de las muchas, anónimas y cotidianas peripecias de esa cultura tan hermosa y tan cruel que construimos entre todos. Si han llegado hasta aquí, seguro que es un asunto realmente importante.