A ver, Vicente Luis Mora es amigo mío. Quedamos con la frecuencia que nuestras respectivas vidas nos permiten, he perdido la cuenta de las veces que se nos ha hecho de madrugada en su casa y del cachondeo que nos hemos traído en tertulias que han pasado de lo trascendental a lo mundando en segundos. «Vaya», podría decir usted, «Ya está otro utilizando el espacio del periódico para hablar subjetivísimamente de las excelencias de un colega, como si fuera el mejor talento del mundo, para quedar bien con él o cualquier otro propósito». Y yo le contestaría: «Sé que Vicente Luis se merece este premio (y todos los que han venido antes, que el capullo éste ya tiene unos pocos) precisamente porque es amigo y nos abrazamos cuando nos saludamos». En momentos y situaciones en las que uno no tiene por qué mentir ni aparentar, he comprobado la altura humana e intelectual de un señor que se empeña en la excelencia. Olvídense de los clichés del escritor disperso, alocadete y guadianesco: mi amigo a veces parece más un entomólogo en sus procesos literarios; madrugador (sí, un escritor que madruga, y bastante), exhaustivo (cada nota a pie de página de uno de sus ensayos tiene detrás de sí más investigación que muchas tesis fin de carrera) y metódico como el científico que persigue validar su teoría mediante el estudio incesante. En su casa tiene una colección de libros impresionante (para él son pocos), pero dispuestos de una manera que en vez de imponer, en realidad, lo que hacen es saludarte, hacerte sentir más cómodo. Como el propio Vicente Luis, excelente anfitrión, siempre al quite y al detalle, como cuando escribe.

Lo conocí antes de leerlo, y, la verdad, cuando me puse con un libro suyo por primera vez lo hice con miedo: no por si me parecía algo insufrible y me preguntaba mi opinión (no sería la primera vez que me veo en la obligación de hacerle una crítica oral más o menos durilla a un amigo), sino porque me sentiría decepcionado con el hecho en sí mismo. ¿Cómo alguien así podría escribir banalidades? Pues bien, no las escribe. Ni de lejos. Desde entonces le considero más amigo porque me gusta lo que escribe. He leído todo lo suyo que ha caído en mis manos, con predilección por su faceta poética, con su hasta ahora último librito, Serie (Pre-Textos), como artefacto predilecto: no he visto muchas veces ciencia y poesía dialogar con tanta admiración mutua. En resumidas cuentas, Vicente Luis Mora es un tipo estupendo que escribe cosas estupendas, al que sólo le reprocho una cosa: sus estrategias cada vez más alambicadas para pagar él la cuenta en las cafeterías, bares y restaurantes. Eso sí, está clarísimo: la siguiente la pagas tú.