En su afán por buscar la capitalidad que se le negó desde Bruselas, Málaga ha buscado aliarse con eso que se da en llamar la alta cultura, la que aparentemente sustenta ese turismo cultural que más nos interesa (o sea, el que trae a señores y señoras con las carteras más llenas). La apuesta, digo yo, parece haber salido bien, a tenor de las veces que uno, como malagueño, tiene que escuchar a amigos y conocidos que nos visitan frases como «¡Hay que ver Málaga cómo está, macho!» o «Estáis de moda, ¿eh?». El problema está en que esto de la cultura es rico y diverso, amplio y a veces inabarcable, y con brindar exposiciones (a menudo formidables) no sirve. En la última semana ha quedado patente que, por ejemplo, en la dimensión musical estamos dando muchos, muchos pasos hacia atrás.

Hasta hace unas semanas estuvo en cartel, en la Sociedad Económica Amigos del País, la exposición No hagáis ruido. Málaga, territorio underground, de Isabel Bellido y Sergio Croma, un homenaje a los espacios alternativos de la ciudad, a esos artistas, bares, salas de conciertos, gestores y promotores que capean un panorama de cierre de espacios y explotación turística. Precisamente, una iniciativa surgida desde ese underground y desde hace años reconocida a nivel nacional e internacional por su singularidad, el Canela Party, ha anunciado esta semana que se va de la capital, rumbo a Torremolinos. Los organizadores del autoproclamado «gran pitote del verano» (ya saben, cachondeo, disfraces, confeti y música alternativa) redoblan ambiciones y la ciudad ya no es para ellos. Buscaban un recinto al aire libre y lo han encontrado en la localidad, concretamente en su plaza de toros. Y hasta ahí se marcharán, no sabemos si definitivamente, con la fiesta a otra parte. De momento ya han despachado el 85% de los abonos que han puesto a la venta (se celebra en agosto del 2020: ya ven que hay interés).

La cosa desde el lado institucional, desde la programación cultural pública, no pinta mucho mejor: hace tiempo que no nos visitan grandes que antes pisaban el Teatro Cervantes (no lo he soñado, yo vi allí a Lou Reed, Carlinhos Brown, Caetano Veloso, David Byrne, David Sylvian, Bryan Ferry) y tres localidades, Torre del Mar (con su Weekend Beach); Marbella, con su Starlite Festival, y, sobre todo, Fuengirola (con su cada vez más potente Marenostrum Castle Park), están comiendo la tostada a la capital. Por ejemplo, en estos últimos días se ha anunciado que Marc Anthony y Slipknot (capitaneando un nuevo festival dedicado al metal) actuarán a lomos del Castillo Sohail el próximo verano.

Adelantamientos

No se trata, ni mucho menos, de establecer una competencia entre ciudades de la Costa del Sol (al fin y al cabo, el fan capitalino de Slipknot y el de de Marc Anthony estarán encantados de tener que desplazarse sólo unos pocos kilómetros para verlos), pero sí de analizar estos adelantamientos culturales por la izquierda como pruebas claras, por contraste, de que la apuesta cultural malagueña parece monotemática, aburrida y algo apolillada. Hasta la última iniciativa musical de cierta ambición en nuestra capital, el Oh! See Festival, es una cosa diseñada ex profeso para los indies cuarentones, con chiquipark y todo para sus peques, en horario no muy de madrugada (que los cuerpos alternativos ya no están para tantos trotes) y con grupos de oldies but goldies en clave Rockdelux y derivados. Nada en contra, ojo, pero, convendrán conmigo, no es que resulte chispeante.

Y la cultura también necesita del espectáculo, del hecho desarrollándose ante tus ojos, de la interpretación, del sudor, de los y las fans, de las colas, de lo eminentemente popular, de las cosas absurdas que uno y una hacen de chaval por estar en primera fila de un concierto de su artista favorito... De la fiesta. Y da la sensación de que Málaga, la capital, culturalmente, es, cómo decirlo... Sí, es un viejo chico, un pequeño, alguien de corta edad pero ya redicho y algo cursi (¿se acuerdan del niño de la serie Webster y cómo vestía? Pues me sirve estéticamente el símil).

Sí, sé que se hacen también bastantes cosas desprejuiciadas y heterodoxas desde la cultura de base e institucionalidad (aplausos para las locuras que a veces se les ocurren a los responsables del Contenedor Cultural de la UMA y a La Térmica de la Diputación y a las exquisiteces que a veces programan desde La Cochera Cabaret, como no hace mucho la gran Gaby Moreno, por ejemplo), pero, en lo musical, son rayas en el agua. En la capital somos unos muermos de tomo y lomo. Y este verano tiene toda la pinta de que nos vamos a aburrir de lo lindo, a no ser que cojamos el coche, el Cercanías o el bus para que nos ofrezcan algo de enjundia.