Las despedidas tienen siempre un poso de recuerdos y experiencias compartidas y aunque el maestro titular de la Filarmónica de Málaga no dirigió el abono de Navidad -tampoco lo hará en el de Semana Santa- sí quiso estar en el podio de la primera orquesta para el primero de los conciertos del año que comienza con un programa más reivindicativo que de tópicos aunque no faltaron guiños vieneses contextualizados dentro de una idea musical más amplia no falta de originalidad, sabor y acentos compartidos lejanos en ocasiones.

Programa que daba el pistoletazo de salida a las celebraciones del aniversario del Teatro Cervantes, que, como la Musikverein de Viena, cumple sus primeros ciento cincuenta años. Esto hace pensar que aquella incipiente burguesía malagueña del diecinueve tenía una idea de ciudad abierta a la cultura y al mundo mayor que la actual y más teniendo en cuenta la gran deuda pendiente y no saldada que arrastra el ansiado auditorio de música que décadas después sigue siendo una moneda de cambio de escaso valor.

Con el cartel de no hay billetes desde hace días el repertorio de páginas seleccionadas por Manuel Hernández Silva planteaba un viaje de América a la piel de toro pasando por el corazón del viejo continente dentro de una idea subyacente del repertorio entendido como un espacio abierto y plural donde la música escrita se habla en un plano equiparado en lo semántico pero también en lo formal bajo el sino de la danza como expresión compartida entre pueblos y por qué no festiva.

La trompeta de Pacho Flores y el cuatro de Leo Rondón protagonizaron la primera parte de este viaje, que iniciaría su singladura desde la Cuba del Manisero y Guantanamera, que en su sección final sirvió para la introducción del metal de Pacho Flores contando con la complicidad de los metales de la Filarmónica, una irresistible percusión y las no menos reseñables cuerdas graves de la orquesta.

Oblivion de Piazzola destacaría por la ductilidad de la sección de cuerdas dibujando una página íntima excepcionalmente resuelta por el conjunto sinfónico. Dos piezas escritas por Pacho Flores (Morocota y Cantos y revueltas) servirían de cierre a la primera parte del concierto, que fue también puente para la entrada al cuatro de Leo Rondón, que demostró en Cantos y Revueltas el dominio técnico del instrumento capaz de introducir en la coda improvisada de la obra de Flores los ritmos de la malagueña que pasó del todo desapercibida.

La Marcha Radetzky de Johann Strauss pondría el punto y final al concierto (espontáneo incluido) de la Filarmónica de Málaga no sin antes dibujar dos valses inmortales straussianos, el Fandango de Doña Francisquita, la inspirada Malambo de Ginastera o la Conga del fuego, del cada vez más cercano Arturo Márquez.