Entre bobos anda el juego, de Francisco de Rojas Zorrilla, en versión de Yolanda Pallín y dirección de Eduardo Vasco se presentó en el Teatro Cervantes de Málaga dentro de la programación del Festival de Teatro, logrando un prolongado aplauso de los asistentes. Y no es para menos.

Esta comedia del Siglo de Oro contiene los elementos imprescindibles para que los asistentes disfruten con los enredos de unos personajes a los que siempre, por muy malas personas que sean, terminas por tomarle afecto. Y en la versión de Noviembre Compañía de Teatro, ese acercamiento consigue buena parte de un resultado más que satisfactorio. Los personajes viven en un mundo donde las apariencias, o las buenas maneras, la educación del momento, limita sus más íntimas voluntades. Don Lucas, hombre de dinero y presuntuosos, aunque cobarde en el fondo, va a casarse con doña Isabel, pero la trata como una buena compra, como un buen negocio.

El padre de la novia, algo arruinado, encantado de la vida. Pero Isabel se enamoró de un joven que sólo vio una vez y que la sacó de un apuro. El mismo que resulta ser primo y portavoz del presunto novio. Y para más enredo un obsesivo pretendiente, mas la hermana barbuda del comprador de esposa. El embrollo que se va generando parece no tener salida. Todos los espectadores sabemos los verdaderos errores, y expectantes esperamos a ver cómo se resuelve la maraña. La opción deseada es que gane el amor y que los personajes innobles reciban su escarmiento. Y así será. Pero para llegar a eso la dirección nos pone delante un espectáculo lleno de ritmo.

Nos muestra una comedia en la que los protagonistas, a pesar de sus básicas construcciones dramáticas, nos descubren un fondo lleno de humanidad. Esa humanidad que se equívoca, que es cabezota y a la vez capaz de ser dúctil. Esa en la que los personajes se sienten heridos, celosos, correspondidos o felices.

Eso que va más allá de la lectura elemental de la conocida como comedia de figurón. Y ahí los actores nadan como pez en el agua. En el desenfrenado ir y venir de palabras hay espacio para que el actor nos muestre el lado íntimo de ese tipo imaginario que figura en la obra literaria. Y disfrutar. Atraer la mirada del espectador en el momento preciso, tomar su espacio y regalarnos su trabajo.

Si algo más nos atrapa de esta función es ese aire de disfrutón que percibimos. Eso que nos hace entrar en la convención de la comedia y reír a carcajadas con lo que en la vida real sería para pensárselo dos veces.