'Mestiza' plantea temas muy actuales pese a centrarse en personajes del siglo XVI. Desde el pasado hablan de aspectos de gran actualidad.

Sí. El tema del exilio, de la salida de un país de otro, del tener que irte de tu tierra para buscarte la vida en otro sitio es, desgraciadamente, muy actual. También se habla de la situación de las mujeres, por ejemplo. Es una obra que mezcla varios asuntos de calado en el siglo XVI y también en la actualidad.

Usted encarna a Francisca Pizarro Yupanqui, hija de Francisco Pizarro y la princesa inca Quispe Sisa, una mujer que fue importante en su época, pero que ahora resulta una desconocida. ¿La historia la ha ignorado como ha pasado con otras mujeres?

Completamente. De hecho, hasta que Yayo Cáceres me ofreció interpretarla nunca había oído hablar de ella. Sobre Francisca Pizarro existe una breve referencia en la Trilogía de los Pizarro, que escribió Tirso de Molina. Es un personaje olvidado por la historia, pese a que fue una mujer importante en su época, con mucha proyección, porque llegó a España con una gran fortuna. La corona le quitó a ella y a su marido muchos títulos y tierras que, poco a poco, fueron recuperando. A mayores, era una mujer que gastó mucho dinero tanto en sí misma, porque le gustaban las joyas y los vestidos, como en hacer limosnas; así, por ejemplo, en Trujillo construyeron conventos y una escuela. Fue una mujer con mucha actividad que fue muy criticada porque cuando llegó a Madrid, al final de su vida, la corte la censuró porque se casó con un hombre más joven que ella y por su afán de hacerse ver.

Y además fue una mujer culta.

Una circunstancia muy poco frecuente en su época. Fue una mujer culta porque su padre lo quiso y ella, con ayuda de su marido, consiguió mantener sus riquezas y su posición social pese a ser una mestiza. Sobre ella la historia ha echado tierra. En la obra, Julieta Soria, la autora del texto, juega con que Tirso de Molina quería escribir sobre ella, pero, por distintas razones, se limitó a los Pizarro hombres.

¿Pudo el dramaturgo conocerla personalmente?

Es un encuentro bastante improbable, pero no imposible. El hecho es que ella vivía en Madrid, enfrente del Mentidero, cuando Tirso empezaba a escribir. Habrían podido conocerse por cuestión de momento y lugar, pero no lo sabemos.

El personaje de Tirso de Molina, un rol al que da vida Antonio Hernández, facilita un diálogo entre un hombre y una mujer pertenecientes a generaciones distintas.

Se trata de un diálogo muy divertido para nosotros. Hay un encuentro de puntos de vista tan distintos..., e incluso hay momentos en los que se habla de la conquista y Tirso defiende las tesis más reaccionarias, mientras que ella se acoge a las de Bartolomé de las Casas, a la idea de que los conquistadores se aprovecharon de los indígenas y les robaron el oro. El tema de la conquista es lo que más les enfrenta... La última reflexión que queda en el aire es sobre el salir de tu tierra.

La obra tiene como ingredientes relevantes el humor y la música.

Tengo la dicha enorme de que me guía la cantante Silvina Tabbush. Está muy bien dirigido musicalmente y Antonio, Silvina y yo cantamos sobre el escenario; cantamos todos salvo el guitarrista. Sorprendemos al público porque la función habla de un hecho histórico, pero el texto está cuajado de humor y comentarios de actualidad que renovamos en cada función.

El montaje otorga visibilidad a una mujer en un momento en el que el gremio reclama más papeles de peso para las intérpretes.

En cine yo creo que resulta muy complicado, pero en teatro, aunque siempre ha habido más hombres que mujeres sobre el escenario, siempre han existido personajes femeninos interesantes, sobre todo para mujeres mayores. En las obras clásicas del Siglo de Oro hay muchos personajes sólidos femeninos. Este texto contemporáneo ofrece la posibilidad de reivindicar a una mujer olvidada, soterrada por la historia, y que además lleva el peso del montaje. No obstante, mi personaje no sería nada sobre el escenario sin mis compañeros.

Usted es tercera generación de una familia de actores y, durante esta gira, ha compartido escenario con la cuarta, con su hijo, Julián Ortega, que ha hecho de Tirso en parte del tour.

Hacer esta función juntos ha sido muy divertido. Nuestro trabajo es mucho de acción y reacción, y este juego que nos plantea Yayo, que llega a picarnos en los ensayos, se nota en las representaciones. ¡Y en los ensayos! La complicidad que tenemos enriquece el montaje. Ya hemos trabajado juntos en Las bicicletas son para el verano o en Bodas de sangre, del Centro Dramático Nacional, donde éramos madre e hijo, y siempre es un placer enorme, una diversión y supone un aprendizaje mutuo. Por otro lado, existe la preocupación, que ya tenía mi padre que era actor, de que es una profesión muy ingrata en el sentido de que siempre tienes que volver a demostrar que sabes y que vales.

¿Tienen que demostrar por igual ellos y ellas?

Sí, es una circunstancia de esta profesión. Incluso cuando parece que tienes una continuidad tienes que demostrar cosas. En esta profesión, cada vez que tienes que afrontar un personaje, por muy conocida que seas, tienes que demostrar que puedes hacerlo. Por eso tanto en mi generación como ahora las nuevas, los actores han impulsado proyectos propios.

¿Ha sido su caso?

Sí, aunque yo te he tenido la suerte de alternar temporadas en las que me contrataban. Yo estuve muchos años en el teatro independiente, que carecía de subvenciones en la época de la dictadura. En aquel momento no podías hablar de ciertas cosas si accedías a las ayudas, pero ahora no renunciaría porque el poco dinero que dan no supone que tengas que hacer ninguna concesión, al menos hoy por hoy. A quien esté arrancado en esta profesión le recomiendo que se embarque en proyectos y no se quede esperando a que le llamen. Parece que existe mucho trabajo en televisión, pero siempre trabajan los mismos.