La voz dormida, de la autora Dulce Chacón, y en adaptación de Cayetana Cabezas, ha pasado por el Festival de Teatro de la mano del director Julián Fuentes Reta. La versión se centra en el personaje de Pepita para crear un monólogo en el que los acontecimientos y personajes de la novela son narrados desde el punto de vista de esta mujer. Una persona que siendo familia de comunistas y que termina por enamorarse de otro, no tiene más interés por la política. Pero se ve envuelta en una circunstancia con la que no se siente cómoda, pero a la que consiente por fidelidad, por amor, hacia los suyos. Acaba de terminar la Guerra Civil y su hermana permanece encarcelada hasta que es fusilada tras dar a luz a una cría. Su novio y algunos amigos se exilian a Francia para luchar contra el fascismo. Pero ella sólo sufre las circunstancias. Lo único que anhela es que todo acabe y vuelva una normalidad que le permita vivir una vida corriente, con sus sueños de alegrías y tristezas, con su día a día para formar una familia y progresar. Es una historia de sueños rotos. De imposibilidades.

La dirección sitúa como eje central de la escena una máquina de coser, pues la protagonista es bordadora, desde la que se extienden, a modo de tela de araña, madejas de hilo que cubren toda la escena. Es una idea simbólica de la vida de esta mujer. Entre los espacios que divide esta maraña se descubren esos otros en las que transcurren las distintas escenas: la prisión, la casa, el taller. Con elementos sencillos, pero muy alegóricos, la acción avanza a través de la narración de la protagonista. Un trabajo muy elaborado el de Laura Toledo que construye su Pepita desde una naturalidad y frescura apreciables. La sencillez en sus expresiones, su actitud, su contención, ese padecimiento de una persona que no quiere quebrarse pese a todo lo que le rodea, la convierten en una heroína. Y básicamente se trata de eso, de contarnos la historia de esos héroes y heroínas de lo cotidiano en un tiempo concreto. El logro es que el actor logre que empaticemos. Tiene Laura Toledo, la habilidad para moverse por el escenario con gran naturalidad, situándonos así en lugares comunes, aunque surrealistas a la vista. Y dota a su personaje de un sentimiento que, sin necesidad de extremos, cala en el espectador. Tal vez el ritmo en momentos requeriría más vértigo, y la iluminación resulte básica, y tal vez el manejo de los objetos dé a veces la sensación exceso de ordenamiento más por el actor que por el personaje.