Bajo la esperada tarde de sábado y cabezones cinéfilos, la expresión Costa del Sol sonó a paradoja entre quienes hablaban menos de lo habitual de cine para hacerlo del tiempo en los momentos previos a la gala de los Goya. Quien más o quien menos y sin distinción de rango -ya fuera estrella del celuloide patrio, trabajador en el evento o una de las almas del gentío que fue poblando con timidez los alrededores del Palacio de los Deportes- echó mano del meteorólogo que lleva dentro.

Más allá del misterio con desenlace mañanero en torno a Pepa Flores o el secreto a voces que daba por seguro el Goya para Antonio Banderas, en el top de temas recurrentes se colaron de rondón tanto las sorpresivas granizadas y las lluvias torrenciales previas que nadie esperaba como el lifting para la ocasión del Martín Carpena, que se aguardaba con tanta expectación.

La radical transformación del pabellón en el que suspiran frente a las canastas los aficionados del Unicaja acaparó expresivas miradas entre quienes, con el otro ojo, no perdían de vista el amenzante cielo malagueño. Y, de hecho, tras una cirugía que no parecía de lo más agresiva y respetó todo lo respetable en estas instalaciones deportivas, la remodelación efímera arrojó curiosas metamorfosis.

En su exterior, su fachada mostraba un aspecto de lograda tableta de chocolate que, en cuanto fue iluminada, viró a una estética de glamuroso lingote de oro que se erigía en pórtico de entrada. En su interior, todos los accesos al infierno verde, que así es como se conoce en el argot del basket a la vociferante caldera malagueña que acoge cada partido, lucían moquetados de rojo. O, por ejemplo, una de las pistas de entrenamiento hacía de photocall, de extensión de la alfombra roja o de sala de prensa. Y los vestuarios funcionaban habilitados como sala de nominados. El mismo espacio que antaño frecuentaban Berni, Cabezas, Garbajosa o el fallecido Archibald -y ahora ocupan Carlos Suárez Jaime Fernández o Alberto Díaz- pasaba a ser una sala de estar a la que podían tener acceso quienes formaran parte de esa lista de privilegiados integrada por Antonio Banderas, Pedro Almodóvar o Belén Cuesta, por citar a los aspirantes más ilustres.

Antes de que empezara la gala y se descorcharan los premios, a la hora de la merienda ya se le había entregado un Goya a los mejores efectos especiales al Palacio de los Deportes José María Martín Carpena. Tras una inversión de casi un millón de euros, el galardón se lo llevó aunque no acaparara miradas tan escrutadoras como las que mandaba la lógica porque el enfado que estos días expresa la atmósfera malagueña tuvo pendiente de su paleta de colores oscuros a la concurrencia.

El parte meteorológico se empeñó en condicionarlo casi todo, si atendemos a los momentos previos a la velada que se iba a celebrar bajo techo. Cuando se le dio luz verde a la alfombra roja, a eso de las seis de la tarde, no llovía. Y la pasarela a la intemperie funcionaba, de repente, con normalidad.

La acogida en la calle a los invitados iba calentando motores, de menos a más, hasta que la primera algarabía desatada saludó media hora después a Dulceida, que llegó en torno a las seis y media envuelta en una espiral blanca que luego encontró una versión algo más discreta en la irrupción de la 'cicerone' Silvia Abril, que junto a Buenafuente apareció vestida casi igual.

De repente, el blanco, el color de los dichosos granizos, se instaló en los primeros compases y lucía omnipresente tanto en la chaqueta de Fran Perea como en el look que nunca deja indiferente de Eduardo Casanova. "Ha venido demasiada gente de blanco, es tendencia, la hemos cagado un poco", espetaba el actor y director que saltó a la fama con la serie 'Aida'.

El blanco, aunque ya salpicando al negro, también se alió con Marta Nieto, encumbrada por el cortometraje de Rodrigo Sorogoyen y de vuelta a la ciudad en la que fue 'La Cuerpo', cuando Antonio Banderas adaptó hace ya más de tres lustros la novela homónima de Antonio Soler 'El Camino de los Ingleses'.

La Málaga de otro tiempo encontró, igualmente, un guiño en las impresiones de Pablo Alborán, quien adelantó con entusiasmo que cantaría a lo Manzanita 'Sobreviviré', la canción que puso título a aquella película de hace un par de décadas que protagonizaron Emma Suárez y Juan Diego Botto.

Y, como la vida es una tómbola, ya lo cantaba Marisol, hubo momentos en los que la lotería de las nubes salió cruz. Tras una hora de tregua, el reloj marcaba ya algo más de las siete de la tarde cuando otro icono de la mítica 'Aida', el alter ego de Mauricio Colmenero que realmente se llama Mariano Peña, llegó a la alfombra roja bajo una repentina lluvia que traía de vuelta las predicciones de aguacero.

De repente, al público que soportaba estoico no le quedó otra que abir los paraguas y aclamar a decenas de estrellas -de aquellas que no brillan en el cielo sino en la tierra- bajo la lluvia. Bajo ese fenómeno que hace daño cada vez que se rebela contra cierto trozo de sur. Esa geografía en la que políticos de todas las instituciones posibles han pretendido hacerse una doble foto: la de los Goya y la de las inundaciones.