Aunque, como dicen sus allegados, con ella nunca se sabe, lo cierto es que quienes conocen a Pepa Flores estaban convencidos de que no acudiría a recoger el Goya de Honor con que la Academia honra su trayectoria en el cine español. Una carrera que la propia malagueña zanjó en 1985, con el filme Caso Cerrado, cuando asumió un retiro profesional y social, salpimentado cada equis años por dimes y diretes, rumores y debates sobre los que ni siquiera la propia protagonista quiere manifestarse.

A primera hora de la mañana del sábado, las cuentas de Instagram de dos de las hijas de Flores, María Esteve y Celia Flores, avanzaban la noticia: «Respetamos tu paz y nos engrandece tu firmeza, aún más admiramos tus valores y queremos que brilles con más fuerza pero en el lugar de calma que has elegido. Por eso, Pepita, es un honor para mi hermana y para mi recoger en tu nombre el Goya de honor que con tanto cariño y verdad entrega la Academia». Y así fue: Pepa fue la ausencia más presente de la noche.

Esteve y Celia Flores se subieron al escenario y, saliéndose del guión, invitaron a Tamara, la otra hija de Marisol, para completar la escena. La gente del cine español que abarrotó el Palacio de los Deportes José María Martín Carpena se puso en pie e irrumpió en un larguísimo aplauso para ellas y para, claro, su madre.

Esteve fue la encargada de agradecer el premio con estas palabras: «Hace más de 30 años que nuestra madre tomó la firma decisión de bajarse de los escenarios y apartarse de los focos para siempre. Hoy está emocionada, contenta y súper agradecida a la Academia, a los compañeros y a la cantidad de mensajes bonitos que ha recibido estos días. Nos está viendo desde una televisión grande en un lugar tranquilo. Queremos decirte, querida mamá, que desde ese lugar en calma que tanto te ha costado lograr, esta profesión te otorga este reconocimiento tan bonito. Disfrútalo porque, querida Pepita, este Goya de Honor es para ti».

Pepa Flores no se perdió detalle de lo que ocurrió en la gala, pero desde su casa en La Malagueta o desde su finca de Moclinejo, 149 metros cuadrados con piscina, un huerto y varias gallinas. Fuera donde fuera, lejos del oropel y el brillo a los que renunció hace tres décadas largas.