Finiquitados ya los Goya 2020Goya 2020, los de Málaga, los de por fin un premio para Antonio Banderas y también para Belén Cuesta, tiempo para analizar lo visto y evaluar si el acontecimiento ha estado a la altura de las expectativas y los presupuestos.

A propósito del eterno retorno y los chistes de Dani Rovira

Dos millones setecientos mil euros ha sido la inversión en los Goya boquerones, a pagar casi a escote entre el Ayuntamiento de la capital, la Diputación Provincial, la Junta de Andalucía y Unicaja. Visto lo visto, ¿ha sido un precio justo? Tendrán que ofrecer datos los hosteleros y los hoteleros y los expertos perorarán también sobre los intangibles, la imagen de marca, etc.

Se demostró, eso sí, que se pueden organizar con garantías cosas de este nivel en nuestra capital, con profesionalidad y amplitud de miras. Y eso nunca está de más en estos momentos en los que Málaga pretende jugar en las ligas mayores de las ciudades españolas, sin complejos de inferioridad y sacando pecho. Ahora, también les digo una cosa: más malagueñitud hubo en las galas presentadas por Dani Rovira en Madrid y ésas nos salieron a cero euros.

Gloria y Goya: tormenta en medio de la borrasca Gloria

Si muchas veces es difícil explicar la importancia capital de la cultura y sus alrededores sin chocar de frente con demagogias ignorantes (los subvencionados, los de la ceja), que los Goya coincidieran con los efectos terribles de la borrasca Gloria especialmente en Campanillas no fue de ayuda, desde luego: más de uno y de dos malagueños han criticado el «despilfarro» que supone este tipo de citas cuando hay gente que lo ha perdido casi todo. Contraponer la imagen de un intérprete con un imponente traje deluxe en la alfombra roja y la de un currito achicando agua de su casa, como se ha podido ver en las redes sociales, es populismo malintencionado, simple y llanamente. El audiovisual es industria (como todas, necesita inversiones para generar beneficios), pero como casi ninguna tiene una particularidad, vive de la ilusión: esos imponentes trajes deluxe que tanto indignan a muchos son prestados.

Hubo una ausencia más notoria que la de Pepa Flores

Hubo dos ausencias en la gala de los Goya, en la ceremonia: Pepa Flores y los guionistas. Porque, desde luego, el show que se nos ofreció no tuvo chispa, ritmo ni ingenio. Las ganas de no molestar, el dichoso humor blanco que dicen practicar desde el Terrat fue inane, torpe y, lo peor, desganado. Está bien no optar por las formas supuestamente polémicas de un Ricky Gervais (quizás los chistes a costa de actores y actrices millonarios como los del británico resulten graciosos allí, pero, al fin y al cabo, aquí el 80% los intérpretes están en paro, y es difícil bromear sobre eso) pero habrá que ofrecer algo más que aburrida amabilidad o desesperadas llamadas a la risa fácil (los constantes tacos de Silvia Abril, que oscurecieron un tanto ese tono blanco buscado, sonaron a eso). Muchos silencios y ambiente gélido en el patio de butacas (perdón, de sillas de plástico).

Resumen de la alfombra roja de los Goya 2020

Resumen de la alfombra roja de los Goya 2020

El Martín Carpena como estupendo mal menor

Lo de las sillas de plástico nos lleva a dos conclusiones. Vamos con la primera: a que a pesar de la sensación cutrelux que le daba a uno ver a la plana mayor de nuestro cine sentado en unos asientos plegables, lo cierto es que el Palacio de los Deportes José María Martín Carpena estuvo a la altura de las expectativas. La escenografía resultó elegante y ambiciosa, moderna y abierta a múltiples posibilidades; lástima que, una vez más, los guionistas no quisieran o no supieran aprovecharlas.

La segunda: a pesar de comprobar una vez más que el Martín Carpena vale para un roto y para un descosido, Málaga necesita como agua de mayo un auditorio entero y verdadero para afrontar este tipo de saraos culturales. Lo que tiene jugar en las ligas mayores.

Sevilla gana a Málaga la guerra de las audiencias

En cualquier caso, más de 9 millones de personas conectaron en algún momento con la retransmisión de los Goya, que cosechó un 26% de cuota de pantalla y 3,6 millones de espectadores de media. Supone una bajada sensible de la audiencia con respecto a la gala anterior, la celebrada en Sevilla, que recabó 3,8 millones de televidentes. Eso sí, muy lejos de las cifras abisales de hace no tanto tiempo: recordemos que en 2018 apenas se superaron los 3 millones de espectadores.

A ver si las buenas cifras se contagian a las taquillas: en 2019 el cine patrio no superó los 100 millones de euros de recaudación en su conjunto (tras más de un lustro lográndolo), algo especialmente doloroso en un año en el que el consumo de cine en salas ha experimentado una importante subida (por cierto, Mariano Barroso no hizo ninguna referencia autocrítica a la mala cuota de pantalla: así nos luce el pelo). Ojalá algún día la gala de los Goya deje de se aquella en la que muchos ven cómo otros suben a recoger premios por películas que no ha visto.

La Academia 'adopta' la alfombra roja del Festival

Algo que realmente me agradó del planteamiento de la gala de los Goya es como adoptaron una característica propia de nuestro Festival de Málaga: apostar por la cercanía de los fans en la alfombra roja. Los responsables del certamen de cine en español saben componer unos desfiles de estrellas que atraen la atención de los fans (que sí, que los hay) y eso luce. La Academia lo ha reconocido esta temporada y suena a que lo mantendrá en próximas ediciones. Aunque para ello hay un ingrediente secreto: la pasión efervescente de los malagueños por este tipo de acontecimientos. Aayer, ni la lluvia que tardó más de lo previsto en marcharse ni el frío les disuadió. No sabemos si otras ciudades tienen este extra; lo comprobaremos en 2021, cuando Valencia, más que posiblemente, acoja la gala de los Goya en virtud del año Berlanga, por el centenario del nacimiento del director, que proclamó ayer Barroso (guiño, guiño).