De José Luis Cuerda, el regusto por la paradoja y el lenguaje depurado. No el lenguaje cinematográfico, esa patraña para quienes reducen la literatura erguida de la pantalla a una técnica, sino el castellano bufonesco y de clerecía. El director concibió una España especular, siempre al borde de la Edad Media, que en su crepuscular y casi póstuma 'Tiempo después' proyectó para después del año 9000.

Su apelación carpetovetónica, desde una prosa que hubiera corrompido a Santa Teresa, debía convertir por fuerza a Cuerda en el cineasta del 'procés'. El abogado Javier Melero elevó 'Amanece que no es poco' a la dimensión del Supremo. El defensor de Quim Forn cerró su alegato final deseando "que a partir de ahora solo discutamos sobre Faulkner". Traía a colación la ya célebre frase del cabo Sazatornil de la Guardia Civil, en la película citada:

-¿Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?

El autor de esas líneas no necesita otro argumento para existir, pero Cuerda pecaba de ego insuficiente, así que cosechó dolor sin gloria. Practicó la coralidad berlanguiana desde la contención explosiva, en la que el anarquista se desentiende del resultado de su bomba. Sus sucesores pretenden que se puede escribir cine sin haber leído un libro. Los espectadores se niegan a pagar la factura.