¿Ha reconciliado el rap y el pop? ¿Ya no le acusan de venderse?

No, eso eran tres gatos que ya están a otras cosas. También tengo la suerte de que los dos últimos discos que he sacado han sido los más vendidos en su primera semana. Así que cuando me decían: «Eres un vendido», yo respondía: «Esta semana, el que más».

Su trilogía es una homenaje a la palabra, y las suyas tienen filo. ¿Le dejan cicatriz?

Trastocan un poco mi vida personal. Creo que, cuando fuerzas tanto la mente en hacer el más difícil todavía y hurgas en los interiores por sacar algo que sea de verdad, al final te afecta. Yo tuve ataques de ansiedad muy bestias que no había tenido en mi vida y que hoy son como un tatuaje. Pero se te olvida lo malo en pos del resultado.

¿No ha tenido arrepentimientos de última hora?

No. Hay canciones que las hubiese hecho de otra manera. Sobre todo, al principio, con mayor clase, pero eso lo aprendes con el tiempo, a tener cada vez más saber hacer.

Se lo pregunto porque suele hablar del discurso del odio, pero sus canciones también caminan por esa crispación...

Sí, pero no es odio. Es sentido crítico. En el disco anterior decía: «Nunca desearé el mal a nadie, pero hay males que son indeseables». Y me gusta pensar eso, que encima no te vas a ganar mi odio. Ahora, viendo que los partidos políticos están sacando rédito de eso, no voy a caer en ese juego bajuno, voy a intentar estar por encima. Pero creo que todo lo que te da pellizco por dentro es sensible llevarlo a una canción, y a veces son cosas buenas y a veces menos, como la realidad social que estamos viviendo.

Aquí retrata de nuevo alguna de sus caras, como la corrupción o los recortes. ¿Vive como un fracaso la reiteración?

Sí. Siempre que hablamos de algo que está en el candelero, sobrevuelan los buitres estos que dicen: «¡Oportunismo, oportunismo!». Y yo siempre digo lo mismo, que ojalá ser insensibles para hacer oídos sordos o ser mudos ante lo que está pasando. Ojalá no tuviésemos que vivir estas cosas para tener que hablar de ellas.

También habla de usted. «Me han tumbado y aprendí», rapea.

A veces lo hago yo mismo. Nos boicoteamos, incluso porque no nos creemos lo bueno que nos pasa. A mí me ha pasado en relaciones que he roto porque pensaba que algo no podía ser tan fácil. En la vida en ocasiones no basta con las trabas que nos pone el mundo o la gente que nos rodea.

¿Ha tenido ese síndrome del impostor en la música?

No, en la música... Mira que me va bien, pero creo que me debería ir mejor. Me acaba de doler la boca al decir esto [risas]

¿Cree usted que le debería ir mejor?

Sí, yo creo que sí. Hombre, si me preguntas a mí, mi música me parece la leche, claro (risas). Pero es que yo soy muy inconformista.

¿Dónde cree que debería estar?

No lo sé, porque eso sería ponerme un techo. Y yo sueño a lo grande.

¿Desde el principio?

No, de hecho yo empecé casi obligado a hacer música. Estaba con mi grupo de amigos una noche y no sabíamos que hacer, y uno dijo que por qué no hacíamos rap. Yo lo escuchaba, pero escribía poesía, y dije: «No puede ser tanta la diferencia». Cuando ahora voy girando pienso: «¡Pero si yo empecé obligado!».