Tras parir Letraversal, una editorial poética con Alberto Conejero y Elizabeth Duval como primeros autores, el italomalagueño Ángelo Nestore lanza Hágase mi voluntad (Pre-Textos), con el que logró el XX Premio Emilio Prados. «Me encuentro cómoda al estar en tránsito en cuestiones de identidad, género... Ojalá dejemos de categorizarnos como hombres, mujeres, homosexuales, heterosexuales», asegura.

El español no es su idioma natal. ¿Cómo es su relación con él?

Empecé a estudiarlo como segundo idioma extranjero en la universidad con 20 años y aún recuerdo aquel día en la facultad en el cual dudaba si marcar la casilla del ruso o del español. A veces pienso que mi vida podría haber dado un giro de 180 grados por culpa de aquella X. Siempre he creído que la relación con una lengua extranjera es muy parecida a la de una persona amada: con el español me he peleado, me he enamorado, me he sentido traicionado y me he apasionado. Ahora es, sin lugar a dudas, mi amante.

Tú es un altro, uno de los poemas de Hágase mi voluntad, busca y encuentra el diálogo entre el español y el italiano, que terminan fluyendo como si fueran un mismo río. ¿Cuál era la idea?

Este poema nace como un diálogo con mi madre, una suerte de confesión sobre por qué he elegido usar mis conocimientos lingüísticos para escribir poemas y no para ponerme una corbata y trabajar en un banco, como quería ella en un principio. Las palabras empezaron a fluir de forma intermitente en un idioma y en otro, algo que, en realidad, a menudo me ocurre, pero, en ese caso, he decidido no alterar nada y dejar constancia de lo que pasa durante mi proceso creativo.

Si escribiera en italiano, ¿serían poemas parecidos, diferentes, abordaría las mismas cuestiones?

Escribir en español me permite abordar el lenguaje con cierta distancia, con una suerte de intrusismo que me deja observar y reflexionar desde una perspectiva más elástica y menos encorsetada, al no dominarlo por completo. Seguramente, escribir en mi lengua materna no me ofrecería esta amplitud de mirada y la falta de pudor que siento cuando escribo.

«Si lo pienso un nicho es la utopía perfecta:/ sin hombres o mujeres, todos extranjeros», escribe. ¿Crees que la idea de pertenecer a algo, a un género, a un país, más que delimitarnos nos limita?

Más bien me ayuda a entender que toda etiqueta es una frontera, una construcción cultural al servicio de una balanza de poder y opresión. Creo que la toma de conciencia es el primer paso para que prospere una sociedad más ecuánime. Nada es neutral: la palabra igualdad a veces se emplea como arma del poder para blanquear conciencias y ejercer opresión. Por eso, cuando la escucho en ciertos contextos me da sarpullido. Todo es mucho más complejo.

Es usted habitante de fronteras y de bordes. ¿No le gustaría encontrar un sitio, un género, una forma?

No. Me encuentro en tránsito en cuestiones de identidad, género, ciudadanía, creación y hasta trabajo y me siento cómoda al respecto. Vivo con la esperanza de que, algún día, dejemos de categorizarnos como hombres, mujeres, homosexuales, heterosexuales. A veces llamamos naturaleza a la impostura, a lo postizo, para entender códigos neoliberales y normativos. Parafraseando la célebre frase de la drag queen Rupaul: «Todes nacemos desnudes, lo demás es patriarcado».

¿Lo político es personal o lo personal es político?

Nuestra forma de estar en el mundo es política per se, aunque a veces nos cueste darnos cuenta. El mismo uso del lenguaje, la aceptación de cuestiones como el masculino genérico o el empleo de la palabra inmigrante para referirse a personas que proceden de países que no pertenecen al primer mundo, por ejemplo, forman parte de una cultura patriarcal y opresora que nos moldea desde lo más íntimo. Pienso también en la ciencia o en la medicina y en su capacidad de fabricar y construir realidades que, a menudo, llamamos naturales. No olvidemos que hasta hace poco se promulgaba la superioridad de la raza blanca por cuestiones biológicas o la homosexualidad como enfermedad. Por cierto, un pequeño inciso: ¿para cuándo una ley integral para la despatologización de lo trans? A la luz de todo esto, ¿sigue siendo posible no reconocer que los discursos médicos y, aparentemente neutrales, son en realidad políticos? Todo lo que hacemos tiene consecuencias, hasta lo más supuestamente inocuo: cuando se le perfora la carne de los lóbulos a una recién nacida para marcar su sexo estamos ejerciendo un acto político.

«Bendigo siempre el suelo que piso / aunque me queme las plantas de los pies». ¿Es su leit motiv vital? Es usted, creo, una persona positiva, activa y siempre en la resistencia.

No concibo la literatura sin militancia, simplemente porque para mí es una manera de estar en el mundo: tanto cuando escribo como, por ejemplo, cuando doy clase en la universidad en un parking o me relaciono con mi entorno. Creo en lo trans como clave para interpretar el mundo y moldear un futuro más respetuoso e inclusivo, aunque nos cueste disgustos.

¿A qué se refiere exactamente con esa expresión que tanto se repite, en el poemario y en los agradecimientos, torcer la mirada?

Hace referencia a la capacidad de, por un lado, cuestionar lo establecido y, por otro, de poner en tela de juicio a una misma. Vivimos en una sociedad que nos ha encaminado hacia lo monolítico, por evidentes intereses políticos y económicos y que, a la vista está, han fracasado: pienso en el trabajo fijo, en el matrimonio como contrato de derechos hasta la muerte, en la resistencia a la eutanasia como obligación a la vida por encima de cualquier otro aspecto, entre otros. Todo lo que se escapa a estas estructuras de poder nos lleva a la frustración y al miedo, del cual beben las extremas derechas. Para empujar estos límites es necesario torcer la mirada, hacia fuera y hacia dentro.

Los poemas sobre la familia son mis favoritos de Hágase mi voluntad. «Pienso en mi madre, en mi padre y en mí, / convertidos en polvo, / una familia sin descendencia, mediterránea, / unida en la muerte como nunca lo estuvo en vida». ¿Romper con el concepto de la familia es, quizás, la última frontera?

Sí, entender la familia como una red de cuidados y, como dije recientemente en el club de lectura de Luna Miguel en Instagram (@loslibrosdeluna), que amar sea darnos cuenta de que nuestro cuerpo ya no es nuestro desde que nacemos y tener la valentía de apoyarnos en otros cuerpos sin pedir nada a cambio.